domingo, 18 de diciembre de 2011

2011: ¿El año de los disturbios?


Es ésta una ocasión en la que, alterando relativamente el discurso habitual, quiero resarcirme de las limitaciones que me impone la metodología para hablar sin ataduras. Bien es cierto que me siento más seguro tratando las cosas desde la opinión vertida en diversas publicaciones, mas ahora aflora el "sentimiento razonado" que poco entiende de academicismos.

Vengo buscando a lo largo de estos últimos tres años un aglutinante para mi óleo historicista (ya es hora de que me plantee el trabajo de fin de carrera) y puede que mis observaciones al respecto no pasen de dos o tres campos muy interesantes pero asimismo muy esquivos. Todo lo dejo en manos del tiempo. Y, cómo no, resulta ser esta Vetusta ourensana la que me desvele en medio de la noche y me obligue a ver todo desde el letargo impuesto por sus muros de aire. Incluso a Europa la veo a través de ese prisma. ¿Mermada capacidad de análisis? Podría ser. Pero incluso Internet, junto con la televisión, la radio y la prensa semejan ser ya recursos abstractos que confunden más que aclaran. De otro modo, las redes humanas siguen siendo las más fiables en esto de la síntesis, conque lo importante no es fiarse del New York Times, el Daily Telegraph o El País, sino de los pareceres de personas tan adecuadas para un informativo como un economista para las tareas de gobierno.

Y es que a este paso, todos analistas económicos. Sí, sí, como lo oyen. Ya pueden bramar los contertulios habituados a la charlatanería en clave y empezar a tener en cuenta el buen criterio de sus consumidores. Después de todo, el contexto así lo facilita. La crisis nos ha brindado oportunidades más que quitado. Nos ha ofrecido más tiempo libre, ha fomentado el turismo laboral e incluso nos ha empujado a informarnos sobre temas tan asumidos como la macroeconomía o la dicotomía Keynes-Hayek. Se nos ha abierto un mundo de posibilidades. De modo que váyanse olvidando esos fantoches que pueblan la parrilla y dan charlas instructivas a sabiendas de que el camarero les puede en un rifi rafe de índice de precios.

Pero volvamos a Europa. ¿Funciona realmente? ¿Podría el BCE asumir la deuda de todos los países de la Unión? ¿La solución pasa por los eurobonos? Yo no sé si la Europa de las dos velocidades es agua pasada, pero me parece que lo mismo da ir en primera o en cuarta si el combustible que mueve el motor no es el apropiado. No hemos llegado hasta aquí para ver el proyecto europeo tirado por la borda por culpa de neoliberales ochenteros y una izquierda europea que no acaba por renovarse.
Merkel teme en gran medida que los 17 puedan emitir deuda conjunta. ¿Entenderá la quitas de deuda como una pérdida de su soberanía? Entendamos nosotros que permitir una Europa alemana, a la par que francesa, constituiría claudicar ante un movimiento economicista que se erige como principal determinante de la vida política europea. La austeridad de los tiempos por la que claman algunos no es la solución. El crédito fluye, pero ¿a dónde se dirige?
Y ya que finalmente los españoles nos hemos visto obligados a modificar nuestra constitución con más pena que gloria, ¿por qué no decir que el gobierno entrante es algo totalmente impuesto a las circunstancias? Si Joaquín Costa llegó a anunciar la llegada de un cirujano de hierro llamado Miguel Primo de Rivera, ¿será Rajoy el cirujano de la Merkel o, a la postre, la tecnocracia una nueva forma de entender Europa?

2011 no sólo ha sido el año de la inflexión tanto en España como en Europa. El mundo musulmán, por otro lado, está viviendo su primavera del jazmín sin saber aún cómo se presenta el invierno. La democracia que abogan por extender los países occidentales en esos países, no es sino una palabra que se contradice a sí misma y sirve únicamente para que la Atenas de hoy se llene la boca con ella.
Fruto no menos importante de esos focos revolucionarios es el 15-M, el cual, en buena parte, ha sabido recoger su modus operandi y adaptarlo a un contexto occidental. Su gran logro estriba en la emoción de las ideas y su capacidad de reflexión. Está consiguiendo que replanteemos ciertos mecanismos dispuestos en las leyes, que miremos de otra forma a nuestras instituciones y, sobre todo, que reparemos en el hecho, asimilado pero ahora más que nunca denunciado, de la fragilidad del aparato político, aquejado de corruptelas y clientelismos.

Y mientras os digo todo esto, estamos finiquitando un año que ha visto tanto el fin de la intervención estadounidense en Irak, como el último suspiro del segundo sátrapa norcoreano. Ha dejado una España que se mueve en la convulsión europea como agente pasivo ante la debacle de otras soberanías y, aún por encima, debe contemplar como un ya ex-miembro de la familia real borbónica le roba descaradamente. En conclusión, si por algo se puede haber caracterizado 2011 es por los disturbios a los que ha asistido en todos los ámbitos, desde el bandolerismo de Londres a la crisis de deuda soberana; desde la tragedia de Fukushima, pasando por el brote revolucionario a esta y otra orilla del Atlántico, a la crisis alimentaria en el Cuerno de África.

Mantengamos el principio esperanza.

viernes, 23 de septiembre de 2011

LA ATLÁNTIDA EN DOÑANA: TARTESOS Y LOS MITOS DE LA HISTORIA

(Hago pública esta primera entrada en torno al primer seminario de Prehistoria de la Península Ibérica celebrado a 22/9/2011 ya que encuentro que el tema a tratar es, bajo mi humilde perspectiva, muy interesante. Mi aportación se reduce a las reflexiones primeras y a las conclusiones finales)

Con cierta sensación de vulnerabilidad ante la madeja de conceptos prehistóricos que se me viene encima, puedo respirar aliviado al comprobar que las actividades introductorias a la protohistoria de la península ibérica me ponen al corriente de una historia general ya estudiada a través de sus particularidades. En el caso de éste, nuestro primer seminario de prehistoria peninsular, tratamos un tema mediatizado de candente actualidad en la comunidad científica y profana: la Atlántida en España. Si bien la metodología científica opta por no aventurarse a hacer afirmaciones categóricas y se mantiene en la línea de investigación, por otra parte, los medios de comunicación rechazan de plano cualquier atisbo académico y ofertan una “historia”, entienden ellos, mucho más acorde con el público en general, esto es, que venda más, contribuyendo así, doblemente, a crear una visión poco rigurosa de la realidad y a la generalización de afirmaciones que engordan el particular universo de aficionados a las novelas de misterio.

Al hilo del video reproducido durante el seminario, perteneciente a una noticia que emitió TVE sobre la posible ubicación de la Atlántida bajo el coto de Doñana, viene a cuestionarse en nosotros la rigurosidad de los medios de comunicación a la hora de informar sobre posibles hallazgos de pretendidas civilizaciones que, presumiblemente, forman parte de la historia de España. Así, el tema deriva en Tartesos y los mitos de la historia, algo a lo que, lamentablemente, estamos muy acostumbrados los historiadores. Que se lo pregunten sino a los antiguos.

A lo largo del discurso se nos reparte el capítulo íntegro del libro La Antigüedad y sus mitos. Narrativas Históricas irreverentes editado por María Cruz Cardete, el cual lleva por título “La civilización tartésica: un mito con los pies de barro”, de Manuel Álvarez Martí-Aguilar. El capítulo en sí nos ilustra con la explicación de cómo ha ido evolucionando las especulaciones sobre Tartesos. Desde ese punto de vista, la Ora Maritima de Avieno, autor del siglo IV d. C., es considerada hoy la piedra angular de los buscadores de la mítica ciudad. Ya desde época moderna, los cronistas ponen gran interés en el tema de Tartesos y utilizan “los materiales de la tradición clásica con gran libertad” y suman éstos “a elementos directamente inventados” [CRUZ CARDETE, M. C. (dir.): p. 71]. Ello supone una clara, que no temprana, manipulación de la historia en beneficio de un programa político acorde a los intereses del momento en que la crónica se redacta. Así, Tartesos será contemplado como la primera monarquía española, objeto de codicia de fenicios, cartagineses y otras «naciones extranjeras», haciendo a sus reyes descendientes de Túbal, nieto de Noé y considerado por los contemporáneos el primer poblador de España. En el siglo XVI, Tartesos llega a ser asociada en las Historias de España con la misma Tarsis bíblica, ciudad que previamente creyó encontrar Cristóbal Colón en la Española.

Este tipo de «esencialismo» ha sido intrínseco a la elaboración de una historia de España, ligada, sobre todo a partir del siglo XVIII y XIX, al sentimiento patriótico que, a marchas forzadas, busca en el pasado una justificación del presente. Un claro ejemplo de manipulación histórica es la obra de Schulten, Tartessos (1924), un fascinante relato que canta las glorias de una civilización fundada a orillas del Guadalquivir en torno al 1200 a. C. por un pueblo heleno proveniente de Creta que dio lugar a un reino floreciente… pero del que no quedó ni rastro. Para Schulten hay una explicación: los púnicos de Cartago habrían atacado y tomado Tartesos para hacerse con su dominio y arrasarla hacia el año 500 a. C. No menos conmovedor es su afán por igualarse al internacional Schliemann mediante la búsqueda de la ciudad perdida, cual Troya idílica se tratase. Puestos a defenderlo, podríamos alegar que el público de la época de entreguerras buscaba evasión antes que leer en el impredecible presente. Schulten utiliza la Ora Maritima de Avieno, ya mencionada, como si de un mapa del tesoro se tratase. Así pues decide que la ciudad de Tartesos está enterrada bajo las dunas del Coto de Doñana, pero en su lugar encuentra un poblado romano de pescadores del siglo III d. C. El buscador de mitos no se da por vencido y atribuye el anillo que acaba de encontrar a un príncipe tartésico. ¡Voilà! Lo lamentable del asunto es que hoy en día se le sigue reconociendo el mérito de haber sacado a la luz la existencia de la civilización tartésica, cuando en realidad la cubrió aún más de oscuridad.

El auge de los estudios sobre Tartesos se inicia en España tras la Guerra Civil y no por casualidad (…). Los aparatos propagandísticos del franquismo comienzan a elaborar y difundir un modelo de Historia de España presidido por los valores del nuevo régimen: la unidad esencial de España, su vocación imperial, su catolicismo intrínseco y un furibundo anticomunismo. [CRUZ CARDETE, M. C. (dir.): p. 79].

Incluso entre los más prestigiosos profesionales universitarios se extiende la malinterpretación histórica que tiene a Tartesos como el «primer imperio español». En los años cincuenta del siglo pasado ya “se daba por cierto y probado que en Andalucía existió, desde finales del segundo milenio a. C. un poderoso reino indígena, el más famoso de cuyos monarcas fue el célebre Argantonio, con capital en una ciudad famosa en todo el Mediterráneo” conquistada “por los cartagineses que, tras destruir su capital, habrían cerrado el Estrecho de Gibraltar al comercio y al conocimiento de los demás pueblos del Mediterráneo.” [CRUZ CARDETE, M. C. (dir.): p. 81-82]. Está claro que queda en el aire una cuestión de suma gravedad: la arqueología.

1958 viene a ser el año del Cerro de El Carambolo, a las afueras de Sevilla; el supuesto primer hallazgo tartésico conocido. Quizá Juan de Mata Carriazo se apresuró demasiado a tomar su tesoro por tartésico, cuando parecería más bien un importante complejo templario fenicio, como así se descubrirá en los años noventa. Durante la década de los sesenta y setenta las excavaciones en la Andalucía occidental se disparan, al igual que la arqueología de los fenicios con el hallazgo, en 1962, de la necrópolis fenicia de Almuñécar. No obstante, la imagen que de Tartesos se tiene persiste, de modo que la arqueología de esos años se centra en intentar asentar las cronologías de la prehistoria del sur peninsular y en describir la cultura material que se va extrayendo en las excavaciones, principalmente, restos cerámicos.

El goteo de información llega a modificar el cuadro de sociedad tartésica dibujado por Schulten. Así, los fenicios habrían aportado a los tartesios toda una serie de avances culturales y de productos intercambiables que, merced al contacto con aquéllos, «aculturaron» a los últimos. En el momento de esplendor de Tartesos, en los siglos VII y VI a. C., los griegos también trabarían relaciones con los indígenas. Cartago, recelosa de esta relación y deseosa de mantener el monopolio del comercio de metales, “impidió a los griegos el acceso más allá del Estrecho y asumió un control de carácter imperialista sobre el mundo tartésico.” [CRUZ CARDETE, M. C. (dir.): p. 86].

Pese a todo, este relato histórico sigue estando basado en tópicos. El gran paso adelante se produce con Juan Maluquer y el «Congreso de Jerez», considerado como un hito en la historia de la investigación al brindar el protagonismo a la arqueología y no a los textos literarios. La etapa se cierra, a comienzos de los años ochenta, con el dictamen que dice que la cultura tartésica es una

cultura indígena del Bronce Final que, tras la llegada de los fenicios, experimentó un proceso de «orientalización» y que era identificable arqueológicamente a través de unos determinados tipos de cerámica característicos” [CRUZ CARDETE, M. C. (dir.): p. 87].

A finales de los setenta, una generación de jóvenes investigadores cuestiona ya el modelo histórico vigente sobre Tartesos, el enfoque difusionista y el concepto de «aculturación», basándose en los nuevos preceptos emanados de las universidades anglosajonas. Una síntesis del proceso histórico de Tartesos que en la actualidad cultiva más adeptos es la de que las comunidades del Bronce Final del valle del Guadalquivir y zona de Huelva presentaban una estructura social jerarquizada basada probablemente en un estatus de prestigio adquirido por virtudes guerreras o por rango de edad; que mantenían contacto con las colonias fenicias del sur peninsular, las cuales transformaron sus estructuras económicas, sociales y políticas, y fomentaron, con el comercio, las diferencias y desigualdades entre grupos sociales tartésicos. Un sector dirigente de las comunidades indígenas que más contacto tenía con los colonos fenicios sería el que habría adoptado formas de vida y elementos culturales de los colonos, mas no así la gran mayoría de la población, la cual no cambió sus formas tradicionales de vida, sus creencias religiosas o sus prácticas culturales. La economía tartésica se habría mantenido siempre en un nivel de producción doméstico.

El fin de Tartesos difiere mucho de la tesis que sostiene su destrucción por parte de los cartagineses. En cambio, se apunta a causas internas como el agotamiento de los filones argentíferos que sustentaban la minería de la plata o la propia dinámica social de las comunidades tartesias, cada vez más diferenciada socialmente.

Al margen del mito de Tartesos, hoy por fin desvelado, quedan aún barreras que superar e ideas que desmontar. Nuestro posicionamiento no debe trascender más allá de los renglones que, a fin de cuentas, sintetizan la historia entera de las comunidades humanas, mas como se ha visto, ésta parece ser la tarea más difícil de abordar. Como historiador en potencia, ¿es mi tarea la de buscar la verdad aún a riesgo de crear una mentira o la de tan sólo exponer los hechos habidos? Sabemos que una falsedad es capaz de cambiar el rumbo de la historia, ¿cómo sino el Papa Silvestre I obtuvo en el siglo VIII los Estados Pontificios? A través de la Donación de Constantino, demostrada falsa casi siete siglos después. Quizá hayamos dado con un caso circunstancial que, no obstante, no se basaba en un mito, sino directamente en una mentira, pero ¿qué ocurre con aquellos historiadores decimonónicos que, contagiados por el espíritu romántico, se dedicaron a interpretar la historia pasada para gloria de la nación y a tomar leyendas como ciertas? No tenemos que irnos muy lejos. El celtismo de Murguía y Vicetto se apropió de una tradición irlandesa que se adaptó como propia: el Libro de la Conquista de Irlanda, recogido de fuentes secundarias, sirvió para que la Galicia de los regionalismos se sintiera diferente de España, algo que Vicente Risco supo aprovechar en su Teoría do nacionalismo galego. Y qué decir de la historiografía nacionalista española: desde los “españoles” emperadores Trajano y Adriano hasta la España indómita de la Guerra de Independencia, pasando por la Reconquista y el descubrimiento de América, hechos interpretados como la forja de un Imperio católico. ¿Quién encontraría extraño que la España franquista se sustentara, sobre todo, en los mismos símbolos que una vez, hace más de cuatrocientos años, sirvieron para representar a Isabel y Fernando, esto es, el yugo y las flechas? Nadie se sorprendería, pues la enseñanza de la historia, al fin y al cabo, mediatiza de una manera o de otra según quién la cuente.

Creo que nadie debería tomar las lecciones de la historia como verdades inmutables, pues se corre el riesgo de omitir aspectos aún no descubiertos y, sobre todo, trasladar hechos del pasado al presente sin tener conciencia de las circunstancias que los hicieron únicos en sus respectivos contextos.

viernes, 19 de agosto de 2011

Cristiandad, Europa, España y la JMJ

Puesto que no cesa la inquietud desbordante de los meses y días, angustioso tiempo redundante en faltas y agravios, enfrentamientos y divisiones, de modo similar, no ceden ápice, ni en su base ni en su culmen, las columnas helenas de Europa, ni tampoco así el edificio romano que las realza desde el origo al limes y, en esencia, por todo el Meditarráneo. El Imperio era uno. Europa no. Los foederati no asimilaban romanos, asimilaban bárbaros. Y así como el Imperio era asediado por hunos, godos, suevos, vándalos, alanos..., así la romanidad se contagió de un germen llamado Europa. Sobre ruinas paganas y un Mediterráneo en decadencia, todo un crisol de civilizaciones se erigió en torno a una nueva espiritualidad: el cristianismo, no obstante, dividido por cuestión de fidelidades entre Oriente y Occidente. Por un lado, Carlomagno coronado Augusto de un renacido imperio romano y, por el otro, un basileus de Constantinopla que habla griego y se proclama a sí mismo legítimo heredero del trono imperial. En medio de la contienda, Roma, decadente pero viva, exenta pero ocupada. ¿Por quién? Por la generación de los nuevos emperadores romanos: los papas.

La Iglesia de Roma llega a cada rincón. Desde Montecassino a Armagh, los regulares siembran la palabra, atemorizan a fieles campesinos, fustigan el comercio y acogen entre sus brazos, no a Europa, sino a la Cristiandad, entendida como unión espiritual frente a paganismo clásico. Una empresa ésta que se embarca, no en una, sino en cuatro cruzadas contra los musulmanes que deja un reguero de sangre multiétnica, ¿en pos del Santo Sepulcro? No. En pos de la incipiente apertura de las rutas comerciales. Nuevas tierras para el primitivo capitalismo feudal. Es otro hecho éste, el feudalismo, el que mantiene a Europa en la fragua. A fuego lento.

Llega el Renacimiento y se suceden los latigazos contra la Edad Media por parte del hombre, centro del Universo. Un Savonarola, subsidiariamente, un Guillermo de Occam, un Jan Hus, en fin, un Erasmo lleva a que un Lutero y, por ende, la Reforma Luterana, sean excomulgados ante la Dieta de Worms en 1521. No obstante, el proceso ya es imparable. El cisma de esta Iglesia, tan colmada, muy a su pesar, por el espíritu humanista, no es, ni de lejos, Avignon. Desobedecer al papa estaba de moda, conque Calvino, Müntzer y Enrique VIII se apresuraron a fundar sus respectivas iglesias mientras Roma hacía acopio de aliados a través de Trento y fundaba la Compañía de Jesús. Parecía pues que la España de Carlos V estaba destinada a hacer honor a la herencia de los últimos Trastámaras como martillo de herejes. Si bien perseveró en la Contrarreforma, España quedaría cercenada y atrapada en un juego de conflictos dinásticos dieciochescos entre potencias absolutistas que, en parte, venían a disfrazar guerras de religión.

La Revolución Francesa es la última consecuencia de todo lo relatado. Se acabó el feudalismo. ¡Viva la nación! ¡Despierta Europa! ¿Europa? Aún no. Fruto de la ambición bonapartista es el nacionalismo. Y con el nacionalismo, Europa vuelve a hundirse en un profundo sueño que no verá su fin hasta 1945 o incluso 1991, si me apuran. Las aportaciones revolucionarias francesas, como una paradoja de la expansión del cristianismo, posibilitaron así el nacimiento del Estado Moderno a costa de la Iglesia, la gran perdedora de la contemporaneidad. En nuestro país, sea ésta una expresión heredera de aquel proceso histórico, las órdenes religiosas fueron los principales enemigos del liberalismo. Y he aquí que los auténticos adalides de las masas, profetas de un nacionalismo primitivo y azote de todo progreso intelectual y material, resultaron ser los clérigos, alineados con el carlismo y símbolo inequívoco del divorcio entre España y la Europa culta.

Con la llegada de la II República, unos dirán que fue un despropósito y otros que una maravilla; estos dirán que trajo el progreso y la democracia a España y aquellos que arruinó a la nación con comunismo, masonería y quema de iglesias. Pero sin lugar a dudas, toda posibilidad de una España europea se esfumó fatalmente en una vorágine de sangre y fuego durante casi cuarenta años. España nunca más se volvería a recuperar hasta hoy, cuando, a pesar de estar integrada en una estéril Unión Europea (una Europa, por cierto, que aún no es Europa), afloran los viejos odios sobre un barco zozobrante.

Digámoslo claro. Aunque absortos ante tanto índice económico, números que se disparan y ponen la prima de riesgo española por los cielos; ante el desempleo, la consecuente crisis social y la falta de profesionalidad de nuestros políticos, no perdamos el tiempo en absurdos enfrentamientos que pueden dar la excusa perfecta para que ciertas personalidades busquen, en uno y otro bando, tergiversar la historia de nuestro país y de nuestra Europa, pues, a la luz de la decadencia de la Iglesia en los últimos años, pese a su renovación, tan condenable me parecen los actos impíos en los que se ha visto envuelta como la desproporción con la que actúa un Estado que se proclama aconfesional, pero lincha manifestantes, en el ejercicio de un derecho constitucional, con la misma facilidad con la que da cobertura a la Jornada Mundial de la Juventud, dando tan poca importancia, dicho sea de paso, a un intento de atentado contra la marcha anti-JMJ. No seré yo un devoto católico, pero he de manifestar igualmente mi repulsa hacia todas aquellas personas que, entendiendo que no pertenecen a ninguna organización oportunista, hacen de una marcha pacífica una persecución contra jóvenes católicos que, en cualquier caso, son libres de profesar su fe, en público o en privado, sin temor a verse agredidos física o verbalmente. Garantía del Estado.

Aquí no hay ni buenos ni malos, solamente diferentes perspectivas. Quizás el cardenal Rouco Varela estuviera desacertado, como en tanta ocasiones, al afirmar que el catolicismo está en la personalidad histórica de España. Claro que lo está. Pero yo hubiera incluido el protestantismo, el judaísmo y el islamismo. Decir catolicismo en España conlleva agarrarse a un clavo ardiendo ante el descenso de ovejas dentro del rebaño. Una vez llegó a ser la reserva espiritual de occidente, pero hoy por hoy España carece del sentido que los nostálgicos del nacionalcatolicismo pretenden darle, esto es, un catolicismo intransigente que merma cualquier intento de progreso.

Sea así, a fin de cuentas, que la religión cristiana supuso el motor de Europa. ¿Nos atreveríamos a negar su papel? Hacerlo sería faltar a la historia y, sobre todo, faltar a Europa, sino... ¿a cuento de qué me molesto yo en referirlo en los primeros párrafos? Respetémonos y no caigamos en los mismos errores de siempre. Unidad en la diversidad ante todo.

miércoles, 13 de julio de 2011

Allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé!


En una hora en la que Europa se tambalea, no deja de escucharse aún el eco del 14 de julio de 1789. Caía la Bastilla en París y, sobre sus agonizantes cimientos, se alzaba el nuevo orden de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Todo un período de historia subía inexorable hacia el cadalso con Luis XVI. La cuchilla hizo el resto. Así Marat mártir moría por un cuchillo girondino, Robespierre se apresuraba a desatar el Gran Terror jacobino que, fatalmente, se volvería en su misma contra. La sangre derivó en sangre. Y mientras el Directorio se debatía en el desorden, Bonaparte se abría paso a la sombra de las pirámides egipcias y, por ende, de la historia.

Doscientos veintidós años nos separan de un día tan esencial para comprender la clave de nuestra contemporaneidad y, desde aquel entonces, no han cesado de darse cabida las interpretaciones de la Revolución por excelencia. Desde Michelet hasta Blanc o Soboul hemos entendido la Revolución Francesa desde todos los prismas: el hagiográfico, el socialista, el marxista-leninista, el conservador, el liberal burgués, etc. Lo que no deja de sorprendernos es que, pese al paso del tiempo, la Revolución se conserva fresca tanto en el papel como en las mentalidades y, por qué no decirlo, el corazón. Así, los franceses de hoy siguen siendo incapaces de disociar su revolución de una opinión moral y política. La república francesa exportó el liberalismo naciente a la totalidad de sus territorios conquistados que, tarde o temprano, acogerían voluntaria o forzosamente, como España. En nuestro caso, la Revolución comienza de la mano de los Montesquieu españoles: Aranda, Campomanes, Floridablanca, Jovellanos, Meléndez Valdés, Cabarrús u Olavide; reformadores precursores del Cádiz de 1812. No obstante, España no caminaría a la francesa por el influjo de la ilustración, sino por una "guerra de independencia" que, a fin de cuentas, no pudo evitar lo inevitable por mucha Santa Alianza o Cien Mil Hijos de San Luis que vinieran en auxilio de Fernando VII. No obstante, las tropas napoleónicas nos enseñaron a desdeñar todo lo que fuera extranjero. Si bien perdimos a Goya, también se nos escapó nuestro sitio en el Congreso de Viena. Ganamos la Pepa, pero también nos ganamos un clero abiertamente antiliberal y un carlismo en pie de guerra. Eran bajas horas para el desgajado Imperio español. Los famosos pronunciamiento militares de marca ibérica se sucedían por doquier. En resumen, concluir que nuestros problemas nacionales vienen de la Revolución Francesa, es arriesgarse a rozar el atrevimiento, mas es un argumento no exento de bases sólidas. Las dos Españas comenzaron a fraguarse tras la Guerra de Independencia. De eso no me cabe la menor duda.

Cuando, una vez más, Europa se sume en la crisis de la moneda única (cuando no un mercado único con un marco político común necesario), los decadentes Estados-naciones aún recuerdan aquel 14 de julio recurriendo a ese otro "único" que jamás la economía les podrá robar: su identidad como pueblo. No hablo de nacionalismo ni de etnicidad, hablo de historia impresa en la misma universalidad que ha construido cada país en el conjunto y beneficio de la idea de Europa, algo que a día de hoy nadie tiene claro.

Sigamos adelante. ¡Feliz 14 de julio!; ¡feliz día de la Revolución Francesa!

jueves, 9 de junio de 2011

Cuestiones sobre la verdad en historia y la vida misma

Sujetaba mi cabeza gravemente no hace ni unas horas mientras hacía acopio de apuntes. Me encontraba revisando un manual de Historia Antigua cuando comencé a sentirme sensacional conmigo mismo. Como aquellos judíos terroristas de la película Munich, yo estaba exultante. ¿Qué había en el café? O mejor aún ¿qué había en el ambiente? Solamente yo junto a otras tres o cuatro personas esparcidas por la sala. Un ademán de percusión llegaba desde el exterior, ¿quizá era aquel ruido lo que me desconcertaba? No, no era eso. Pero ¿y la historia? La Historia, sí. Sinceramente, ¿alguien sabe de algo más electrizante que el decidido sonido de una marcha hoplítica? ¿Alguien se ha sentido tan "democrático" como Pericles y tan déspota como Sila? Es más ¿quién no ha imaginado ser acompañante de Alejandro a lo largo de un imperio que se extendía desde Grecia al Punjab y desde el Danubio a Nubia? Habré de decir que, pese a ser hombre de pocos vicios y menos virtudes, la Historia, que no es ningún cuento de hadas, siempre me hará viajar a los más recóndito de mi subconsciente, pues no sólo me conozco yo sino la vida en sí misma.

No obstante, la verdad es un todo inabarcable, por lo que tendemos (yo el primero) a escoger nuestra verdad particular. No por falta de miras, vivimos rápido más que pausadamente y analizamos el estado de cosas en base a una existencia contrarreloj y con el mínimo a entender. Después de todo, somos mente y corazón, no engranajes. Pero ¿somos mente y corazón mecanizados? transeúntes por la vida, complejos involucionados. Especialistas pero míseros. La Historia... tomamos la Historia como ese algo sobre lo que se ha escrito sin llegar a atestiguarlo. ¿Por qué afirmamos cuando las metodologías languidecen y la verdad de ayer puede que sea la mentira de mañana? Pirenne estaba convencido de que el apogeo árabe había cerrado el mar Mediterráneo al comercio del Occidente medieval barbarizado. Falló su teoría, no su conocimiento. El tiempo es un bien escaso hoy en día. Si Pirenne hubiera planteado la cuestión desde el progreso de investigación actual, ¿habría afirmado lo mismo? Otro ejemplo: a los cristianos les llega y les sobra una Biblia y un sudario como prueba fehaciente de que Jesús existió. Si su fe les impide cuestionar el canon emanado de Nicea, ¿cuestionarían no obstante que el más importante de los documentos históricos que nombran a Jesús fuera falso? Sin embargo, ¿quién está en posesión de la razón? ¿Nosotros, ávidos de ciencia pero vacíos de una esperanza como la que brinda la religión o quizás ellos los pacientes y pasivos que esperan el final sin ser curiosos?

Tanto extremamos nuestras ansias de encontrar la verdad que, desgraciadamente, tendemos a imaginarla y consecuentemente a crearla, que son dos procesos, a mi entender, muy distintos. Primeramente leemos o escuchamos, luego interpretamos en base a nuestra experiencia, de la que verdaderamente conocemos algo. ¿Por qué habría de creerme un hecho sucedido hace miles de años que pudo ser tan falso como los diarios de Hitler? La respuesta académica me diría "porque está en las fuentes". La respuesta académica ortodoxa me diría "porque está en las presuntas fuentes". ¿Qué nos hace posicionarnos en torno a la figura de Alejandro Magno? ¿Fue un héroe de guerra adalid del helenismo o un sanguinario caudillo? El mito, amigos míos, seduce más que ahuyenta, pues no es la historia del macedonio la que nos interesa sino su leyenda, generalizada por todos sus comentaristas. Si miles de años nos separan del hecho, hablar de ello es como preguntarle qué tal le va a una momia. Confiemos en nuestros instrumentos, pero no nos llevemos a engaño y dejemos margen al error.

La verdad de hoy en día, por otra parte, es una perfecta creación para bobos. Ni fuentes hacen falta para justificarla. Tan sólo una sonrisa, unas palabras de tranquilidad, unos cuantos apretones de mano y todo un sistema intrincado de engranajes bursátiles, tratados, acuerdos, convenios... que pongan de rodillas al Estado, sojuzguen al pueblo y conviertan a los gobiernos en títeres. ¿De verdad hemos sido tan hipócritas como para tragárnoslo?

martes, 31 de mayo de 2011

Breve reflexión de mayo

Lejos de ver su final, el movimiento denominado 15-M emprende ahora su verdadera batalla: la lucha por la supervivencia. Ya sea a través de comités distribuidos por barrios o mediante la actividad del voluntariado, está claro que la espontaneidad que nos caracterizaba hace unos días se ha evaporado para dar paso a la toma de decisiones, pero ¿qué decisiones? Fruto de un acto de hastío e indignación hemos venido al mundo para dar a la sociedad un movimiento sin líderes. La era partidista concluyó. Consecuentemente, debemos actuar en base a unos preceptos, presumiblemente, totalmente nuevos. Las perspectivas de Madrid parecen ser viables, a pesar del varpalo de Barcelona, mas no así para las restantes asambleas españolas, que tratan de mantener el pulso. Cuidado! que la horizontalidad no nos lleve a una organizacíón anárquica! Referido a este respecto, Hobsbawm dice:

El anarquismo también sugiere una solución en términos de democracia directa y de pequeños grupos autogobernados, pero no pienso que sus propuestas para el futuro hayan sido hasta ahora ni muy válidas ni objeto de la suficiente reflexión. (...) las pequeñas democracias directas autogobernadas no son, por desgracia, necesariamente libertarias. Pueden realmente funcionar sólo porque establecen un consenso tan poderoso que quienes no lo comparten voluntariamente se abstienen de expresar su desacuerdo o, también, porque los que no comparten el punto de vista predominante abandonan la comunidad o son expulsados de la misma. (HOBSBAWM, E. (2010): "Reflexiones sobre el anarquismo" en Revolucionarios, Barcelona, Crítica, p. 129).

miércoles, 16 de febrero de 2011

Octubre Negro: "¡pero vaya mierda de economía!"


Durante estos dos últimos años venimos sufriendo una crisis que ha restado gran cantidad de fuerza de trabajo. Sin embargo, la mano de obra se ha trasladado a un sitio donde más vale ser el empleado del mes. Me refiero a la oficina del INEM. En ocasiones se tiende a buscar culpables donde ya no queda nadie, por ejemplo, en los bancos, donde exceptuando una defectuosa alarma anti-robo, ahí no se han dejado ni el pisapapeles. Culpan a Wall Street, al capitalismo, pero... qué pasa con los historiadores? O nos reprochan que no somos de utilidad o nos abuchean cuando somos incapaces de predecir el futuro. Acaso corresponde a los historiadores la labor de afirmar que algo es blanco o es negro? Ante la duda, será gris. Lo único que los historiadores podemos hacer es teorizar, y aún así, con la debida precaución. Ortega y Gasset nos llama "profetas al revés", mas no veo yo dónde está la predicción si nos aferramos a circunstancias propias de un contexto pasado, pues puede que la única norma a la que se deba la historia es a la de la relatividad. En cualquier caso, sentémonos a reflexionar por un momento y seamos capaces de interpretar el pasado que, después de todo, es el gran determinante del presente.

Años 20. Europa se recupera de una mortífera pesadilla auspiciada por el magnicidio de Sarajevo. Mientras, Alemania, llora humillada por Versalles. Sí, corrían los días de entre-guerras, pero al otro lado del Atlántico se disfrutaba de una próspera década en la que los automóviles se producían en serie y surcaban el asfalto de multiplicadas carreteras. Su uso extendido demandó petróleo, éste a su vez, acero, caucho, equipamiento eléctrico, etc. Miles de novatos conductores de camiones paraban a repostar en las recién creadas estaciones de servicio. Los mecánicos se ponían manos a la obra... "Prosperidad" fue una palabra que, a fin de cuentas, se convirtió en un término místico e imperdurable. Pero, en aquella prosperidad, había debilidades. Si bien Estados Unidos no fue zona de guerra, habría de ser una trinchera en la que dividendos, valores y ventas se daban de la mano para nunca soltarse. Y es que el sistema económico capitalista era un delicado y entretejido mecanismo, en el que cualquier perturbación se transmitía rápidamente, con efecto acelerador, a través de todas las partes. Para colmo de precios sujetos a la oferta y la demanda y de una gran división de trabajo por zonas, la gran producción local e internacional estaba financiada a través del crédito, promesas de pago en el futuro. Qué clase de contemporáneo iba a poner en duda un sistema basado en la mutua confianza y en el mutuo intercambio? Generalmente nadie. El prestamista realmente creía que iba a recuperar su dinero, como así el prestatario confiaba en poder pagar sus deudas, o la granja y la fábrica que ponían sus productos en el mercado a precios altos con la esperanza de obtener un beneficio neto, pero que se encontraban con que los trabajadores compraban productos de otras fábricas y granjas, y así sucesivamente alrededor de círculos interconectados por todo el globo.

Tras 1924 cambiaría todo. El poder adquisitivo de las masas era incapaz de asimilar el gran volumen de lo que técnicamente era posible producir y, por otra parte, la agricultura se venía deprimiendo a lo largo de la década. Las operaciones militares de la Primera Guerra Mundial habían reducido en una quinta parte los campos dedicados al cultivo de trigo en Europa. Así, el precio mundial del trigo se puso por las nubes, y los granjeros estadounidenses, de Canadá y de otros países aumentaron sus extensiones cultivables. Restablecida la producción de trigo europea, en parte, gracias a la progresiva mecanización de la agricultura, se alcanzó el superávit de trigo. Pero, por qué la gente iba a comprar más pan si ya tenía el que necesitaba? Consecuencia: el precio mundial del trigo cayó increíblemente como nunca lo había hecho desde hacía cuatrocientos años. Después de eso, la ruina de los cultivadores. Muy pronto, la depresión alcanzaría la ciudad en forma de crisis industrial, lo que se tradujo en reducción de gastos en alimentación.

Pero la depresión, en su sentido estricto, comenzó como una crisis en el mercado de acciones y una crisis financiera. Los precios de las acciones se habían mantenido en ascenso gracias a años de bonanza y los valores no cesaban de elevarse gracias a la excesiva especulación y la compra de acciones con fondos tomados a préstamo, como una manera fácil de hacer dinero. Se llegaba a poseer cinco o diez veces más acciones que las que correspondían a la suma de dinero propio invertido en ellas; el resto es imaginable, como antes mencionábamos con el círculo vicioso. Al pujar los unos contra los otros, la gente hacía subir los precios de las acciones y disfrutaban de papel sin valor real. Pero si los precios bajaban sólamente un poco, el pánico era tal que los propietarios se verían obligados a vender para devolver el préstamo. Causa-efecto: la debilitación de los valores en la Bolsa de New York, en octubre (negro) de 1929, desató incontrolables oleadas de venta que hundieron desastrosamente los precios de las acciones. En el período 1929-1932, cinco mil bancos fueron a la bancarrota y cerraron sus puertas. La crisis pasó de las finanzas a la industria, y de los Estados Unidos al resto del mundo.

El desempleo, un mal crónico desde la guerra, adquiría ahora las proporciones de una peste. Hombres en la flor de la vida pasaban años sin trabajo. Los jóvenes estaban vilmente desempleados, sin posibilidad de establecerse en una ocupación y sintiéndose inútiles cuando contribuían a crear el nuevo arte de las aceras (ya os va sonando?). Tanto despilfarro de maquinaria para ahora permanecer parada, sin la fuerza de trabajo necesaria para moverla en pos de la construcción de la sociedad moderna. No obstante, tanto aburrimiento sirvió para que gentes en paro crónico se inclinaran, naturalmente, no sólo al vacío que separaba sus vidas de la muerte, sino también hacia nuevas perturbadoras ideas políticas.

martes, 15 de febrero de 2011

Ramiro de Maeztu e a Hispanidade

A miña pretensión, de cara a contribuír ao ciclo de traballos en torno ó Descubrimento, é a de analizar algúns dos artigos reunidos na obra España y Europa de Ramiro de Maeztu, relacionados directamente coa Hispanidade, ese sentimento de pertenza ao cosmos inaugurado polo Descubrimento que tanto alimentou os desexos imperiais da extrema dereita católica de principios do século XX. Dacordo con estas aspiracións, non pinta extraño que unha das normas programáticas de Falange Española de las JONS durante os anos 30 fora a de reclamar para España a súa vocación imperial. A cousa non quedaba aí. A súa insignia rememoraba a heráldica dos Reis Católicos coa adopción do xugo e as frechas de Fernando e Isabel, respectivamente. ¿Era esta simboloxía froito dun corpo doutrinal tradicionalista, da reacción máis extrema do espectro político ou de ámbolos dous factores? A noción de Hispanidade, intrínseca á obra de Ramiro de Maeztu, pode axudar a responder esta pregunta.
Con todo, quero deixar constancia que, malia o tempo e a breve lista de fontes, miña primeira idea pasaba por adicarlle ao tema unha análise moito máis extensa e non quedarme curto cun raquítico informe.

RAMIRO DE MAEZTU E A HISPANIDADE
(...) la historia del cirio granadino es en compendio la de España: que si Carlos V tiene que recordar la voluntad de los Reyes Católicos fué acaso porque con sus ambiciones alemanas la había olvidado; que si Fernando VI se contentaba con que ardiese de día es porque su gobierno estaba ya dejando de ser la monarquía más que para las grandes ceremonias, y que si el cirio dejó de arder desde principios del siglo XIX es porque la España que sobrevivió a las hambres y desastres de la ocupación napoleónica era uno de los pueblos más pobres de la tierra, tan pobre que muchos de sus Ayuntamientos quemaban los archivos los inviernos para que sus vecinos pudieran calentarse con sus estanterías y papeles.

Así sentencia Ramiro de Maeztu nun artigo co título “El cirio de la Hispanidad” nun intento de reunir os seus artigos máis importantes na obra España y Europa. Así é, de novo, como de Maeztu rubrica a súa visión da decadencia de España no ano 1930, descrición particular dunha realidade inaugurada polo Desastre de 1898 e que verá o seu cumio na obra La defensa de la Hispanidad. Falaba de Maeztu dun cirio en homenaxe ós Reis Católicos como se da mesma historia de España se tratara, e é que o vitoriano enlaza perfectamente co pensamento tradicionalista católico, o cal tantas vistas tiña postas no pasado glorioso de España. Para analizar como é debido a noción de Hispanidade debemos deternos na propia definición que de Maeztu fai en La defensa de la Hispanidad. Así, o escritor aporta unhas orixes con significado

la palabra (Hispanidad) se debe a un sacerdote español y patriota que en la Argentina reside. (...) Hispánicos son, pues, todos los pueblos que deben la civilización o el ser a los pueblos hispanos de la península. Hispanidad es el concepto que a todos los abarca. (...) La Hispanidad, desde luego, no es una raza. (...) Todos ellos (los pueblos hispánicos) conservan un sentimiento de unidad, que no consiste tan sólo en hablar la misma lengua o en la comunidad de origen histórico, (...), sino (la adhesión) de una comunidad permanente.

Deste xeito expresábase Ramiro de Maeztu nunha declaración de principios que anuncia a súa particular idea sobre o tempo dos monarcas católicos, aos que consideraba os mellores da historia de España. Se cadra, non lle resulta dificultoso unir nos seus escritos o feito de que España levara a civilización ós pobos indíxenas e, por outra banda, o sentido que é intrínseco á conquista: “la conciencia de su unidad moral con nosotros” . Non queda aí. De Maeztu xustifica as súas divagacións con outras alleas que, ó mesmo tempo, veñen repetir o mesmo discurso. En palabras de Solórzano Pereira, xurista especializado en dereito indiano durante a dominación da Coroa española,

Si, según sentencia de Aristóteles, sólo el hallar o descubrir algún arte, ya liberal o mecánica, o alguna piedra, planta u otra cosa que pueda ser de uso y servicio de los hombres les debe granjear alabanza, ¿de qué gloria no serán dignos los que han descubierto un mundo en que se hallan y encierran tan innumerables grandezas? Y no es menos estimable el beneficio de este mismo descubrimiento habido respecto al propio mundo nuevo, sino antes de mucho mayores quilates, pues, además de la luz de la fe que dimos a sus habitantes, de que luego diré, les hemos puesto en vida sociable y política, desterrando su barbarismo, trocando en humanas sus costumbres ferinas y comunicándoles tantas cosas tan provechosas y necesarias como se les han llevado de nuestro orbe, y, enseñándoles la verdadera cultura de la tierra, edificar casas, juntarse en pueblos, leer y escribir otras muchas artes de que antes totalmente estaban ajenos.

Con estas devotas entregas ó espírito católico universalizador, o achegamento ó home do pasado colonial transfórmase en de Maeztu nun proxecto que avoga por devolverlle a España a súa condición de nova Roma e de Israel cristiano. Non esquecía o escritor de lembrarnos que á luz dos feitos atinxidos nas Américas, a Hispanidade só podía ser obra da perfecta compenetración entre os poderes temporal e espiritual. E así como perdurou a imaxe do conquistador acompañado do sacerdote, así tamén a historia de España ocuparase de facer herdeiros lexítimos dese pasado ás correntes tradicionalistas que, en palabras do padre Vélez citadas por de Maeztu, chegarán a xustificar a mesma Inquisición . Son, sen dúbida ningunha, verbas estas que claman polo Imperio, palabras que supoñen a antítese total da doutrina ilustrada e que toman o exemplo da situación do momento: “La Roma de Mussolini está volviendo a ser uno de los centros nodales del mundo. ¿No han de hacer algo parecido por nosotros las viejas piedras de la Hispanidad?” . Xa dicía Emilio Castelar que “no hay nada más espantoso, más abominable, que aquel gran imperio español que era un sudario que se extendía por el planeta” . Mais non semella ser esta unha máxima que semente a dúbida nas conviccións do escritor vitoriano. É máis, reafírmase ante o convencemento de que a decadencia de España é froito daqueles “afrancesados” decimonónicos e que só é posible a alternativa á guerra “cuando no hay otro medio de abrir camino a la verdad” .

Velaquí a Hispanidade de Ramiro de Maeztu, un home en defensa da esencia espiritual española. Habería que dicir, xa por último, que de Maeztu chegou a rexeitar de pleno un patriotismo non católico, tal como el vía o fascismo italiano e alemán. Para el a Hispanidade non era a historia senón o imperio da fe . Malia esta afirmación, o intelectual nunca deixou de botar man daquel 12 de outubro de 1492 para materializar o seu ideal hispanista, representado polo xenuíno carácter español e o eterno providencialismo da historia de España. A Hispanidade de Ramiro de Maeztu é, resumindo, a perfecta herdanza da mentalidade medieval colombina.

BIBLIOGRAFÍA para Ramiro de Maeztu e a Hispanidade

ÁLVAREZ CHILLIDA, G. (1992): “Nación, Tradición e Imperio en la extrema derecha española durante la década de 1930” en Hispania, Madrid, 52: 182.
DE MAEZTU, R. (1959): España y Europa, Madrid, Colección Austral.
DE MAEZTU, R. (1938): La defensa de la Hispanidad, Valladolid, Aldus S. A.
FONTANA, J. (2000): España bajo el franquismo, Barcelona, Crítica.

sábado, 5 de febrero de 2011

Dinámica del frívolo


Resulta curioso detenerse por un instante y observar alrededor. No suena sino un bolígrafo cortando un aire estanco, cuando todo un ingente conjunto de puntos negros ya se posa sobre ti. Es la terrible mirada de una concentración desvelada, la pausa al constante devenir de cifras y letras translúcidas. Mientras ahogas un severo arrepentimiento, procedes a buscar lentamente el útil del escriba entre el sonado madero. Alzas la vista y contemplas como el murmullo revolotea encadenado por la estancia. Prodúcese el incesante forcejeo de la silla que se retrasa. Tu sedente aliado se molesta. Por aquí has de verte sorprendido hasta por el observador observado. Los laptops no hacen más que redundar en la entrada, la escapada y el espacio y sus dueños tienen cara de tramar ardides colegiales. Ellos ríen mientras sus apuntes lloran desmemoriados. Cae un chorro aurífero sobre todo inmóvil y palabreos precipitan su huida al mundo de las ideas, donde el libro se hace esencia y el estante queda preso del vacío de hacedores del ayer. Alerta! Alguien llama a la innovación cuando tienes tan presente una Reforma del pasado. Los monjes se revuelven en el coro, pues perturbas la sacralidad de su oración. Oran, mas no laboran. Memorizan, pero no saben. Soy la guardia del Conocimiento. Mis amigos se han marchado porque no me ven.

domingo, 9 de enero de 2011

Giffords y los fanáticos

Llegan noticias de los States, y al parecer nada edificantes. La congresista demócrata Giffords ha recibido un tiro en la cabeza y otras seis personas han resultado muertas. Mientras asistimos a la recuperación de esta mujer, las declaraciones en señal de repulsa se suceden por todo Estados Unidos: McCain se estremece y el Tea Party condena... tan extraño nos es todo esto?

Muchos no dudarían en calificar de "giro radical" el proceso de cambio que Estados Unidos viene experimentando en estos últimos años. Pero qué equivocados están los que tiemblan con las huestes del Té y, del mismo modo, los que tachan de socialismo a la soviética la reforma sanitaria de Obama. Lamento profundamente que un fanático se haya dejado llevar por teorías conspirativas como la de la moneda única americana, a la manera del €uro, o la del control de la mente a través de la gramática para perpetrar un ataque indiscriminado contra alguien que, al parecer, no tiene nada de oligarca. Pero resulta que si nos excedemos en conceder importancia al ataque contra una congresista, dónde dejamos el hecho de que Jamie y Gladys Scott, hermanas afroamericanas, fueran sentenciadas a cadena perpetua por robar 11 dólares hace 16 años?? Qué me dicen de la política exterior estadounidense o de la proliferación de gran número de armas en suelo americano? Acaso no os habéis sentado a meditar que lo que hace vuestro país de cara al público no es lo mismo que lo que hace a vuestra espalda? No digo que uno u otro asunto merezca mayor justicia, mas no puedo dejar de revolverme en mi silla cuando sé que un gobierno masacra poblaciones a miles de kilómetros del propio país mientras condena a sus fanáticos ciudadanos por el atentado de Oklahoma City, por el de Columbine o por el ataque a la congresista Giffords.

Os habéis equivocado de radicales! No condenéis a los fanáticos ciudadanos, condenad a toda una cultura y a toda una historia bañada en sangre. No olvidemos que hay dos clases de fanáticos: los que consiguen abolir el esclavismo y dar esperanza a sus gentes para, posteriormente, resultar asesinados por personas de las que ya nunca más se sabe y los que desde la cima misma del más alto poder fáctico neoconservan la economía y les da lo mismo qué medio utilizar con tal de obtener el fin último: la preservación de su poder. Fanáticos, fanáticos... fanáticos fueron Alejandro, César, Colón, Da Vinci, Copérnico, Miguel Ángel, Napoleón, Van Gogh y cambiaron el mundo; fanáticos somos todos con tal de albergar ideas para cambiar algo. En nuestra mano está el llevarlas a la práctica de la mejor manera posible. Fanáticos sí! Violencia gratuita no!

Vae victis