sábado, 6 de junio de 2009

Irlanda: impresiones de un visitante

Han pasado cinco meses desde mi última travesía a Irlanda y aún no consigo abandonar el paralelismo entre mi tierra, Galicia, y el vasto territorio de laderas que pueblan los habitantes de Éire. Aunque mi objetivo no es contaros una breve historia de Irlanda, sí quiero hacer hincapié en la unión de ésta y las distintas impresiones que me hayan podido dar sus gentes. No es un estudio sociológico (ni se le acerca), digamos que es una visión "ignorante" desde la óptica de un historiador primerizo.

Llegué a Irlanda a finales de junio del 2008. Era la clase de visitante-turista que aterrizaba en Dublín para obtener una sobria visión (no ha lugar a risas) de las gentes irlandesas y sus costumbres, tan estereotipadas por los extranjeros. Mi hermana llevaba ya cerca de un año y medio viviendo/trabajando en el condado de Donegal, cerca de la frontera que separaba a la República del Ulster, y mi visita fue largamente esperada. En la cola del aeropuerto de Santiago D. C pude hacerme una idea a simple vista de lo que un irlandés constituía físicamente: color de piel blanco-rojizo caucásico, ojos que advertían una mayoría de azules y verdes; cabello castaño y rubio, aunque no exento de raíces morenas, etc. Su carácter denotaba tranquilidad, no podías evitar hacer comparaciones entre la serenidad y paciencia que los caracterizaba con el comportamiento característico de los españoles, tan vivos y llenos de expresividad. Ya a bordo del avión, mantuve mi primera "conversación oficial" con un matrimonio irlandés, el cual me expresó su fascinación por la cultura gallega y, sobre todo, por la del camino de Santiago. Recordé entonces una de las tantas características que mi hermana atribuyó a los irlandeses, su devoción católica. Me limité a contarles que visitaba Irlanda con motivo de la estadía de mi hermana allí. Los dos me elogiaron al decirme que mi pronunciación era muy buena y que no tendría problemas para defenderme con el idioma. Aunque me satisfizo su compañía, reconozco no haber comprendido muchas de sus frases, salvo a la tercera (xD). Era ésta una de las tantas impresiones que me llevé, la pronunciación de un inglés muy lejos del gentleman británico.

Aguardaba mi hermana en "arrivals" mi llegada. Desde que tomamos el bus hasta nuestra primera parada, Omagh (Irlanda del Norte), pasaron cuatro horas en las que advertí miradas curiosas que reconocían en mí el rostro del forastero. Fue un viaje tranquilo en cuanto a las maneras de los nativos, pero las accidentadas carreteras irlandesas perturbaron esa paz interior, pues daban bastante juego al conductor como para entretenerse. Salvaba obstáculos que se esparcían por doquier.

Nuestra llegada a Omagh fue bien recibida por una querida compañera española de mi hermana. Eramos sus invitados de honor y, felizmente, nuestra visita coincidió con un sábado noche. Entendería entonces que los irlandeses sintieran tanto apego por la bebida? francamente no, pues me resultó imparcial. Aún así, aprendí que los irlandeses se sirven del Pub para el desayuno, el almuerzo y la juerga nocturna, aderezados siempre por la cerveza en los tres casos. Si la cultura de un país se cimenta, entre otras cosas, sobre el alcohol, deberíamos citar a todo el mundo. Aquella noche mi hermana y su amiga me presentaron a mucha gente de la cual guardo un grato recuerdo por el trato que me brindaron. Son los irlandeses un pueblo que pasa desapercibido ante una mirada distante, mas una vista de cerca y las cosas cambian, pues descubres que reside en ellos la amabilidad y a la vez la frialdad, la simpatía y, del mismo modo, la ausencia de gestos en su dicurso... dijo Freud una vez que los únicos que se resistían al psicoanálisis eran los irlandeses, y es verdad.
Lugar de triste fama debido al atentado con bomba por parte del IRA Auténtico en 1998, en el cual murieron veintinueve personas (entre ellos tres españoles), Omagh se erige hoy como uno de los santuarios turísticos del conflicto norirlandés . Era esa la realidad del Ulster, la que invadía cada pared y cada conversación, la que enfrentaba a católicos y protestantes, nacionalistas o unionistas. La Irlanda que yo visité era la dividida, la del rencor por las dos partes, una Irlanda que a pesar del acuerdo del Viernes Santo seguía en guerra psicológica. Aunque las personas con las que traté evitaron siempre hablar de política y religión, reconocía en sus maneras un profundo rechazo hacia los británicos. No era difícil darse cuenta, pues cometí el error de adjetivar como "British" el acento irlandés, desliz seguido de una contestación idónea que refuerza ahora mis opiniones: "we are Irish, not British". El sentimiento nacionalista irlandés, surgido a raíz de la imperiosa colonización británica, confundido con un estricto catolicismo arraigado desde San Patricio, hacen de esta tierra un campo de cultivo para la rebelión contra el invasor, el cual auspició para Irlanda siglos de tragedia y humillación continuas. Basta con ver un desfile de la orden de Orange, que se celebra cada verano, para darse cuenta de un conflicto que ya dura demasiado.

En mi visita al Derry libre, admiré con gran celo los murales de las casas del Bogside, unas pinturas que nos recuerdan la barbarrie del "Domingo Sangriento" de 1972 en aquel mismo sitio, cuando la voz de la población civil se alzó de manera pacífica contra los soldados británicos y estos mataron a 13 personas. Debo hacer comprender que el contacto visual a diario con dichas imágenes, símbolos y lemas de los muros, persuade intermitentemente en la conciencia irlandesa de manera que el odio infundido hacia todo lo británico es un sentimiento natural y patriótico que a menudo adopta formas extremistas. El IRA, en su espiral homicida contra unionistas (protestantes), configura la respuesta violenta a la intromisión británica. Ya antes de la guerra civil irlandesa de 1922, el IRA se gestaba como el principal detractor del Tratado anglo-irlandés, un acuerdo que posibilitaba la futura independencia de Irlanda pero que reservaba el territorio del Norte para la corona británica. Un IRA desmarcado del tratado, en contraposición al gran valedor Michael Collins, se fraguó con el tiempo como un grupo paramilitar que diezmó durante decenios la presencia británica en la isla. Aún hoy Irlanda se recupera de sus heridas y, pese al desarme del IRA, el componente rebelde nacionalista-católico sigue siendo muy fuerte. Algunas de las personas con las que me mezclé me expresaron su deseo de paz entre católicos y protestantes. Quizás la nueva generación sea el remedio eficaz contra la historia de sus padres, no renegando de ella, pero sí aprendiendo de los errores diferencialistas del pasado.

Si abordamos Irlanda desde una perspectiva que se desmarque de la historia, amaremos su tierra tanto como la nuestra. Es cierto que irlandeses y gallegos compartimos costumbres, aunque no por ello somos iguales a ellos o distintos a tantos otros pueblos. Tendemos a hacer paralelismos sin base, y sé que es fácil caer en la comparación con esta tierra de Leprechauns, pero vista la realidad, no llegará el día en el que los gallegos podamos palpar ese orígen celta del que tanto nos hablaron Pondal o Murguía... así que arqueólogos, buena suerte!

Decía Ernesto Guevara Lynch, padre del Che y emparentado con los irlandeses: "en las venas de mi hijo corre la sangre de los rebeldes irlandeses", tal y como reza el mural de una de las casas del Bogside de Derry; y es cierto, realmente cierto.

Pablo Cid Couce