martes, 14 de enero de 2014

Bienestar de doble filo

A catorce años del comienzo del nuevo milenio, cabe preguntarse si las consecuencias económicas derivadas de los despropósitos de ciertos agentes económicos y políticos no estaban ya en la hoja de ruta de una historia pactada donde las víctimas desfilarían fascinadas por sus mismos verdugos.

Tras la Segunda Guerra Mundial y el triunfo de las tesis keynesianas, une vez encontrado que la Gran Depresión se produjo por la falta de mecanismos de intervención estatal en economía, el mundo occidental se apresuró a sentar los pilares del nuevo estado a través de la política monetaria y fiscal y un sistema de garantías sociales a sus ciudadanos, que se había puesto ya en práctica con Roosevelt en la Casa Blanca. El FMI y el BM, en principio, habían surgido como defensores del nuevo orden, el cual pasó muy pronto a estar en manos de la única economía nacional en expansión no dañada por la guerra. Los Estados Unidos, sin duda, alentaron el proceso de globalización convirtiéndose en los principales acreedores de Europa y el acicate necesario (que tenía un nombre, Dean Acheson) para la puesta a punto de la integración económica europea, en contra de posicionamientos autárquicos que, sin embargo, llevaron al despegue de países como Brasil, India o China. 

En 1971, lo que se creía garantizado por los acuerdos de Bretton Woods (1944), es decir, la convertibilidad dólar-oro, se vino abajo en forma de recesión económica y contracción comercial internacional. El paradigma económico de los años 80 representado por sendos gobiernos de Reagan y Thatcher en Estados Unidos y Reino Unido, respectivamente, restando la influencia de la escuela monetarista, significó la modificación del esquema de posguerra  a favor de la desregulación de sectores económicos considerados asuntos de Estado hasta la fecha y el proceso de acumulación de capital en multinacionales que acababan, paradójicamente, con la competencia a nivel local.

Desde los años 90, los presupuestos y actitudes de los estados nacionales ante el avance progresivo de un capitalismo global que modifica continuamente las reglas del juego y hace que las líneas del derecho se confundan vienen siendo las de un tratamiento a corto plazo que, con todo, claudica ante los malos usos del capitalismo y se beneficia de ellos a largo plazo. El Estado del Bienestar dio a Europa las mejores garantías para que el obrero dejara de vivir en condiciones (tan) míseras como las de épocas pretéritas y tuviera incluso la posibilidad  de hacerse un hueco entre la nueva sociedad opulenta de la que Marx hablaba, en la que el obrero ya no es un ser social, pero es igual de mísero. Si la innovación tecnológica de los últimos años trajo consigo la decadencia de los sectores primario y secundario, sustituidos por la importación a favor de los nuevos países productores y de los servicios, de acuerdo al nuevo valor que respalda la riqueza de las naciones, es decir, la información, del mismo modo ha automatizado prácticamente la vida de los países desarrollados a favor precisamente de un modus vivendi simplista y estándar que ha olvidado las viejas luchas y da por descontado el triunfo del bienestar social frente a un capitalismo que no entiende el principio de soberanía.

El Estado del Bienestar tiene sentido como balanza de esos desequilibrios creados a nivel nacional por el capitalismo global y como garantía del mínimo social admitido. Esto lleva a preguntarse, del mismo modo, si acaso no son los gestores de tal modelo de bienestar social, en connivencia directa con el paradigma económico actual, los que alientan inconscientemente la pasividad de una parte de la ciudadanía ante problemas que exigen una postura crítica y contestataria pero que, por otra parte, no logra transgredir planteamientos que tiene como universales y de pleno derecho, confía ciegamente en el sistema de cobertura y no puede ver que sus gobiernos, promotores de tal estado de cosas, perpetúan su poder a base de crear una igualdad ficticia que, en la práctica, no conduce ni a la felicidad ni a la realización personal del individuo, sino que favorece a unos pocos.