viernes, 13 de septiembre de 2013

Sobre la educación

Creo yo que toda aportación al debate de la educación en nuestro país crea riqueza intelectual siempre y cuando se haga de manera constructiva y se integre en un sentido de finalidad común. Pues bien, la disertación de éste que escribe puede suponer todo y nada al mismo tiempo; puede mover a posicionarse o dejar totalmente indiferente al lector; y eso precisamente es lo que pretendo, pues absolutamente nadie es igual a otro excepto en la teoría del derecho, de manera que cualquiera puede recurrir mi manifiesto con tal de que haga honor al sano ejercicio de la discusión.

Mi visión de la educación se basa en mi experiencia como alumno. A lo largo de dos décadas aproximadamente he podido comprobar las dos caras de una institución con serios prejuicios por la universalidad del ser humano en cuanto ente libre y creador. Y lo dice una persona que vio sacrificados tres cursos a la holgazanería y la destrucción intelectual, pero que ahora puede señalar con el dedo a los que se les suponía una vocación para educar e instruir al mismo tiempo. La gran responsabilidad de formar a toda una generación pasó de puntillas entre unos trabajadores públicos que sólo alcanzaban a reproducir modelos escolásticos y a organizar verdaderas terapias de grupo en las que se dejaban confesar por sus alumnos. Ni un atisbo de autoridad creadora, necesaria en todo docente, se hizo sentir en los peores casos que logro recordar. Es más, la indiferencia hacia el educando se hacía norma en cuanto la desafección de este último, por mínima que fuese, se mostraba por primera vez. ¿Por qué tanto en la educación primaria como en la secundaria se nos formaba como si fuéramos un cuerpo homogéneo? Claro que siempre hubo algún tipo de división social entre "listos" y "burros", "aplicados" y "vagos", etc.; pero ni siquiera a los mejor preparados se les estimulaba para alcanzar un fin mayor al que se aspiraba en un aula: una conciencia crítica. No había lecciones heredadas, sólo fragmentos de información concienzudamente deshumanizadas (desapasionadas) con el fin de moldear ciudadanos tontos. 

El cáncer de este tipo de educación no proviene obviamente, de su agente reproductor, es decir, del docente, sino del contexto histórico-geográfico que determina una experiencia de educación basada en un provincialismo adaptado a condiciones globales. Los sucesivos gobiernos de este país, incapaces de llegar a un acuerdo histórico, tienen el mayor grado de culpa del estado de la educación en España. Las autonomías, meras reproducciones de las malas prácticas centralistas, otro tanto. Su modelo de educación de masas es capaz de reunir a una treintena de estudiantes en un aula y depositar la responsabilidad de su formación en un solo profesor que, naturalmente, no cumplirá con sus obligaciones tan eficazmente como lo haría con quince alumnos menos. Además de una división por departamentos, es necesaria una división creativa entre los alumnos, de forma que desde edad temprana se faculte al educando, individuo en busca de la universalidad, de las capacidades y aptitudes propias de su ser y asociar éstas a las más generales, en cuyo caso la colectividad se hace necesaria.

Para que esto se lleve a cabo huelga una declaración de intenciones tras otra. Como ya dije, el contexto histórico-geográfico determina las condiciones en las que la educación trata de adaptarse. Si falla el paradigma, es necesario recrear el ordenamiento jurídico y replantear un modelo educativo heredero de la Ilustración. La sociedad debe impregnarse de una conciencia que anteponga la educación a las luchas partidistas a través de una nueva actitud que supere la apatía y la pasividad que ha caracterizado a España en estos menesteres.