miércoles, 30 de junio de 2010

Historias del barrio (II-causas de lo que somos)

Hablaba en mi anterior entrada de cómo los pontinos nos ibamos reuniendo en torno a simples grupos o tribus urbanas durante la adolescencia y de cómo la apetencia por la droga hacía mella más en unos que en otros. Queriendo profundizar en las causas de esta inclinación generalizada a optar siempre por lo prohibido y lo mal visto, debo, como todo "historiante" que se precie, trasladar a los lectores a contextos mucho más remotos en cuanto a tiempo y espacio se refiere. No es mi deseo magnificar o mitificar mis "Historias del barrio" con causas que son ajenas a la sociedad ourensana, mas puede llegar a ser lógica y comprensible la interdependencia cultural, social y política ya alcanzada a fines del siglo XX que irremediablemente nos afecta a todos por igual. Lo que sigue a continuación es fruto de mis reflexiones y de nadie más.

El final de la gran época dorada, inaugurada por la victoria de los aliados y aplastada por el espíritu de mayo del 68, significó la muerte de una gerontocracia no acorde a la onda de los nuevos tiempos, pues digamos que los grandes líderes de antaño se desmoronaron con el eco de las protestas de una juventud desilusionada. Si bien 1968 se creyó el disparo de salida para una nueva ola de revoluciones, no es más verdad que la de aquellos que contemplaban como el viejo mundo daba paso al nuevo. En efecto, este sería un nuevo mundo marcadamente intercultural y juvenil en el que Woodstock sustituiría a las antiguas concentraciones de masas convocadas por los partidos políticos y Jimi Hendrix al orador totalitario entregado a sus adeptos. Reinaba entre la juventud de aquellos días, sobre todo en la estadounidense, una decepción generalizada con la clase política, la cual hubo de preferir el camino de la guerra (vide Corea del norte o Vietnam) creyendo que combatía en todo momento al enemigo soviético y no a un puñado de campesinos que, en cualquier caso, ganaron finalmente la batalla. Y no sólo se resentía el muchacho joven universitario, sino también una calidad de vida agrabada por la crisis del petróleo de los años 70 y, particularmente, las democracias latinoamericanas asediadas por militares autoritarios y fascistizados. El mundo, en resumen, despertó de su sueño apacible para enfrentarse a sus hijos, algunos de los cuales alimentaron las filas de no pocos movimientos de liberación o de resistencia armada.

Pero los cambios no sólo se dejaron notar en la vida política sino también en el ámbito social, llegando incluso a dispararse el consumo de marihuana entre los jóvenes, el de cocaína entre la gente adinerada y el de la heroína en las capas altas y bajas. No somos capaces de imaginarnos a un grupo como The Doors, a la cantante Janis Joplin o a los Pink Floyd sin su espíritu rebelde o sin letras que inviten al colocón. En general, las señas de identidad de esta generación rebelde eran sus preferencias por la música rock, los tejanos acampanados, la filosofía de la paz y el amor o la adpoción de símbolos a partir de, por ejemplo, las letras iniciales que forman Nuclear Disarmament. Ni el socialismo pudo atraer a esta gran masa descontenta con el mundo que le habían legado sus padres, que no era ni mucho peor ni mucho mejor, simplemente individualista y bipolarizado. Por otra parte, ya de sobra conocidas las causas, la onda expansiva rebelde alcanzó incluso a los hijos de las familias ricas, los cuales se proletarizaron tanto en el modo de vestir como en la forma de hablar o, directamente, propugnaban causas que les eran ajenas.

En el caso de España, la juventud de ahora poco tiene que ver con la de aquel mayo revolucionario o la de Transición hacia la democracia. Son conocidos los desencantos y muchas las corruptelas que se suceden día tras día en política, y eso es algo que no hace más que disuadir a los jóvenes de ese terreno y alejarlos de una escena en la que tendríamos mucho que decir. Por tanto, todo lo escrito hasta ahora ha sido una introducción esencial para comprender de donde venimos los jóvenes pontinos (ourensanos), historia de la que no nos sentimos adalides, bien por obviedad, bien por ignorancia, pero que llevamos indistintamente a cada lugar al que acudimos. Es ahí donde se encuentra el intríngulis de la cuestión, pues ha de ser notorio que de entre la juventud de la que soy partícipe, son pocos los decididos a hablar de política con propiedad o, al menos, con una mínima idea de lo que dicen, pues es en la política y, en consecuencia, en el terreno laboral, intelectual o económico, donde residen muchos de los destinos de nuestro tiempo. Falta confianza e interés, con lo que seguimos coincidiendo con aquella generación abstraída por el desencanto y las drogas. Preferimos liberar la mente de problemas y concentrarnos en ser el que más rayas se mete, el que más sabe de la vida del prójimo, el que más aguanta bebiendo o el que más camorra arma cuando, en verdad, todos estamos en el ajo, que no es más que nuestra historia tal y como la hemos construido. Es que acaso somos una generación perdida y carente de miras? es que acaso resulta que pecamos de indiferencia cuando en realidad somos unos frívolos cobardes? Conciencia amigos míos, esa es la clave.

La gente con la que siempre he caminado por el barrio, incluyéndome a mí, es un claro ejemplo de individuos corrientes a los que nunca interesaron los problemas de la Metrópoli... bastante teníamos con los nuestros propios. Sin embargo, los grandes acontecimientos siempre nos llamarán a filas una vez más para tomar parte en esta batalla a la que llamamos vida, afectándonos inexorablemente cada paso que dé la gran sociedad. Nuestra pequeña Arcadia se va quedando en una simpleza anodina y temporal para convertirse en otra pieza más del juego. Nunca olvidemos que nosotros hacemos la historia. En nuestra mano está la decisión de si decidir dejar huella o de si pasar bochornosamente desapercibidos por ella.

domingo, 27 de junio de 2010

Historias del barrio (I)


Vivíamos como parias, como gandules. Conseguiríamos cualquier cosa. Si estabas solo, te invitaban a unirte al círculo; si sentías curiosidad, probabas; si deseabas algo, simplemente lo cogías. Así eramos nosotros, una consecuencia del siglo XX arraigada en familias de clase media-baja. Sentíamos el mundo a nuestros pies, y esta es nuestra historia.

Cada uno de los que formamos aquella juventud naciente en los albores del siglo XXI, nacimos como ourensanos pontinos entre 1987 y 1990. Veníamos de estratos muy diferentes, mas si algo nos unió a toda aquella generación no fue un amor de resonancias románticas por la política o la literatura, sino por el mero hecho de divertirnos juntos. Claro que, dentro de los nexos de unión que facilitaron lazos de amistad, también se encontraban tanto los centros educativos a los que acudíamos, como la música o las aficiones de diversa índole.

En el marco de la sociedad ourensana, El Puente era el barrio del que partíamos y al que siempre regresábamos de nuestras aventuras extramuros. Más vale comenzar por el principio de todo para lograr una mejor comprensión de las gentes que se mueven hoy por sus calles. Canedo, como así se conocía antaño a nuestro barrio, no siempre fue una zona más dentro del conglomerado urbano de Ourense, mas este municipio, caracterizado por unas líneas ferroviarias esenciales para la conexión entre Galicia y el resto de España y una comercialidad en auge, entró a formar parte de la ciudad en los difíciles años de posguerra. A Ponte Canedo se le tenía como una zona de bajo nivel de vida, donde residentes trabajadores, principalmente del sector ferroviario, intentaban prosperar de la mejor manera posible. Así, el barrio llegó a extender sus brazos hasta formar pequeños núcleos residenciales y comerciales al por menor como el barrio del Veintiuno o la joven zona del Pino. Desde nuestra posición, podemos considerar que, aunque barrio trabajador, El Puente se ha convertido en una zona de bienestar comparable a la del resto de Ourense, mas aquí todos tenemos una historia en la que se mezclan tanto los momentos más satisfactorios como los de máxima dificultad. Gracias a una creciente culturalización venida de medios de información como la televisión o Internet, los jóvenes pontinos forjamos nuestra identidad a partir de modelos determinantemente influyentes en las grandes ciudades. No resultaba extraño que algunas tendencias pasajeras se expandieran con mayor fuerza mediante el boca a boca que por intervención tecnológica, pues pocos podíamos disfrutar de un ordenador con Internet o de televisión por satélite. Era natural, del mismo modo, saber de novedades exteriores recurriendo a alguien que hubiera viajado o que tuviera conexiones en algún otro lugar de España. El poder de adquisición de algunas familias contrastaba fuertemente con el de otras, conque al haber un predominio de rentas bajas, los cambios en los distintos modos de vida, escalonados desde los de arriba hacia los de abajo, eran vistos como una especie de "ultra-novedad" recibida con más recelo (la mítica mirada de arriba a abajo y viceversa dirigida al extraño) que de manera positiva y abierta. Esto demuestra un total conservadurismo de las costumbres y la gran inadaptación a los cambios habida en todo Ourense.

Como antes mencionaba, en un principio, los centros educativos construyeron nuestras relaciones de amistad. Entre horas de clase con profesores maniáticos, atentos o semi-cultos, nos hacíamos a nosotros mismos y nos incluíamos ya en un grupo. Por desgracia, las etiquetas sociales siguen siendo un lastre entre nosotros. Sin embargo, todos nos identificaríamos como el listo, el burro, el chapón, el pobre, el rico, el guaperas, el feo, el futbolista, el charlatán, el gordo, el delator, el llorica, etc. En la mayoría de los casos, siempre se creaba un alias "apropiado" para cada uno. No es un secreto que a mí se me conozca en el barrio (y posiblemente en mis relaciones con el resto de la ciudad) como Maco y no por mi verdadero nombre, Pablo, excepto en un ámbito académico y personal. A falta de concentración y seriedad para el estudio, los pontinos ocupamos alguna vez nuestro puesto en institutos como el "12 de outubro", el Blanco Amor o el "Sexto Instituto" para engrosar las listas del paro al finalizar la educacion secundaria. Muchos o seguíamos estudiando o nos poníamos a trabajar, otros o seguían malviviendo o lograban gozar de buena fortuna. Así eramos, una gran paleta de colores fríos y cálidos, entrantes y salientes. Cuando abandonábamos el aula, recorríamos las calles en busca de nuestras vidas, y allí las encontrábamos, espectantes sobre qué hacer con nuestro tiempo. En cualquier caso, la droga se nos presentó en cuerpo y alma alguna que otra vez a todos. En su seno iban a dar muchas de las almas que hoy caminan con altibajos, pero por lo demás, la inocente ignorancia realizaba casi todo el trabajo a una edad comprendida entre los 15 y los 18 años. Así, la cultura de la droga, devastadora en la periferia, llegó a todos los rincones de Ourense para expandirse como un plaga que hizo que los traficantes obtuvieran beneficio a costa de idiotas que confraternizaban en masa y de progres aficionados a tomar el consumo de drogas como un estilo y una manera de ver la vida.

Continuará...

miércoles, 2 de junio de 2010

1917: el año en que subió el pan en Petrogrado...

Cada vez que volvemos la vista atrás y encontramos que la Historia puede hacerse de mil maneras, tan sólo jugamos respetando las reglas que nos benefician. El historiador se compromete con la verdad, pero ésta, a su vez, lo corrompe y hasta nubla su vista llevando a que se ignore lo que no siempre agrada escuchar. La verdad que escribimos es la nuestra propia, y no la del otro, que es totalmente diferente. Por tanto, habrá historiadores excesivamente objetivos (a esos no los lee nadie... xD), historiadores parcialmente objetivos e historiadores totalmente subjetivos. Es que acaso elegir a Hobsbawm como historiador "piloto" en mi primer año de carrera condicionará mi futuro? Oh Materialismo Histórico! si tú no estuvieras qué quedaría de la historia de los sin nombre... Llama mi atención, no ya la nítida postura socialista de este historiador británico, sino el capítulo II dedicado a las causas y consecuencias de la Revolución de Octubre de 1917, la cual sintetizaré a través de su trabajo en Historia del siglo XX, junto con anotaciones avaladas por diverso material bibliográfico.

El peso de la guerra total del siglo XX llevó a los estados y poblaciones involucrados en ella a la revolución. Sólo Estados Unidos salió de las guerras mundiales intacto y hasta más fuerte. Desesperada, la humanidad necesitaba una alternativa: socialismo. Podemos decir que la revolución bolchevique de octubre de 1917 lanzó al mundo la señal de "proletarios del mundo, uníos!". Fue un acontecimiento tan crucial para la historia de este siglo como lo fuera la revolución francesa de 1789 para el devenir del siglo XIX. Para comprobar la gran expansión de la ola roja tan sólo anotar que treinta o cuarenta años después de que Lenin llegara a la estación de Finlandia en Petrogrado, un tercio de la humanidad vivía bajo regímenes que derivaban directamente de aquel octubre de 1917 y del modelo organizativo de Lenin, el Partido Comunista. La mayor parte de esos regímenes se ajustaron al modelo de la URSS en la segunda oleada revolucionaria que siguió a la conclusión de la segunda fase de la Guerra de los Teinta y Un Años (1914-1945). Desde el mismo instante de la revolución, la política internacional ha de entenderse (excepto el período 1933-1945) como la lucha secular de las fuerzas del viejo orden contra la revolución social... la eterna batalla entre dos entes, el ying y el yang, etc. La finalidad de la revolución de octubre no era instaurar la libertad y el socialismo en Rusia, sino llevar a cabo la revolución proletaria mundial.

Si la revolución de 1905 no surtió el efecto deseado al comprobar que Nicolás II seguía conservando el poder absoluto a través de las Dumas autorizadas a llevar a cabo un simulacro de gobierno parlamentario, apenas hubo de recuperarse el régimen zarista cuando, indeciso e incompetente, se encontró una vez más acosado por una oleada creciente de descontento social. Al borde del abismo, sólo el ejército, la policía y la burocracia guardaban lealtad al régimen. Si bien el entusiasmo y el patriotismo que sobrevino a las puertas de la Gran Guerra sirvió para enmascarar la situación política, en 1915 los problemas del gobierno del zar parecían de nuevo insuperables. La revolución de febrero de 1917, que derrocó a la monarquía rusa, fue un acontecimiento recibido con entusiasmo por toda la opinión política occidental. Pero también daba todo el mundo por hecho que la revolución rusa no podía ser, y no sería, socialista, pues no se daban esas condiciones en un país agrario marcado por la pobreza, la ignorancia y el atraso y donde el proletariado industrial, que Marx veía como el enterrador predestinado del capitalismo, sólo era una minoría minúscula. Y si Rusia no estaba preparada para la revolución socialista proletaria, mucho menos para la "revolución burguesa" liberal. Así, las fuerzas revolucionarias debían ir más allá de la fase burguesa-liberal. Tendrían que dirigirse hacia la "revolución permanente" más radical, una fórmula rescatada por Trotsky.

La exaltación inicial de patriotismo se desvaneció por completo y en 1916 el cansancio de la guerra dejaba paso a una callada hostilidad ante una matanza aparentemente interminable e inútil. El sentimiento antibelicista reforzó la influencia política de los socialistas. Al mismo tiempo, el movimiento obrero organizado de las grandes industrias de armamento pasó a ser el centro de la militancia industrial y antibelicista en los principales países beligerantes. La crispación era tal que los censores autro-húngaros que revisaban la correspondencia de sus tropas, comenzaron a advertir un cambio en el tono de las cartas. Expresiones como "si Dios quisiera que retornara la paz" dejaron paso a frases del tipo "Ya estamos cansados" o incluso "Dicen que los socialistas van a traer la paz". En 1917, Rusia, madura para la revolución social, cansada de la guerra y al borde de la derrota, fue el primero de los regímenes de Europa central y oriental que se hundió bajo el peso de la primera guerra mundial. Durante su exilio en Suiza, poco antes de la revolución de febrero, Lenin todavía se preguntaba si viviría para verla, mientras que Rasputín, consejero de los zares, la profetizaba. Bastó únicamente una manifestación de mujeres trabajadoras, en respuesta al aumento del precio del pan (hecho desencadenante del comienzo de la revolución francesa de 1789), al que se sumó el cierre industrial en la fábrica metalúrgica Putilov, cuyos trabajadores destacaban por su militancia, para desencadenar una huelga general y la invasión del centro de la capital con el objetivo fundamental de pedir pan. El régimen del zar tocaba su fin. Su fragilidad quedó de manifiesto cuando las tropas, incluso los siempre leales cosacos, dudaron primero y luego se negaron a atacar a la multitud y comenzaron a fraternizar con ella. Cuando se amotinaron, después de cuatro días cáóticos, el zar abdicó, siendo sustituido por un "gobierno provisional", encabezado por el príncipe Lvov aunque en manos del socialista moderado Kerenski, que gozó de la simpatía e incluso de la ayuda de los aliados occidentales de Rusia, temerosos de que sus situación desesperada pudiera inducir al régimen zarista a retirarse de la guerra y a firmar una paz por separado con Alemania. El balance: cuatro días de anarquía y de manifestaciones espontáneas en las calles bastaron para acabar con un imperio. La caída del zar fue considerada inmediatemente como la proclamación de la libertad universal, la igualdad y la democracia directa.

Por consiguiente, lo que sobrevino no fue una Rusia liberal y constitucional occidentalizada y decidida a combatir a los alemanes, sino un vacío revolucionario: un impotente "gobierno provisional" por un lado y, por el otro, "todo el poder para los soviets", consejos populares que surgían espontáneamente en todas partes. La exigencia básica de la población más pobre de los núcleos urbanos era conseguir pan, y la de los obreros, obtener mayores salarios y un horario de trabajo más reducido. Y en cuanto al 80% de la población rusa que vivía de la agricultura, lo que quería era la tierra, pues pagaban todavía tributo a los terratenientes, los cuales se quedaban con la mitad de las cosechas, cuando se suponía que los siervos se habían emancipado en 1861. El lema "pan, paz y tierra" suscitó cada vez más apoyo para quienes lo propugnaban, especialmente para los bolcheviques de Lenin, cuyo número pasó de unos pocos miles en marzo de 1917 a casi 250.000 al inicio del verano de ese mismo año. El único activo real que tenían Lenin y los bolcheviques era el conocimiento de lo que querían las masas, lo que les indicaba cómo tenían que proceder. En base a ésto, Lenin no fue un organizador de golpes de estado como así lo creía la mitología de la guerra fría. En cambio, el gobierno provisional y sus seguidores fracasaron al no reconocer su incapacidad para conseguir que Rusia obedeciera sus leyes y decretos. El afianzamiento de los bolcheviques en las principales ciudades rusas, especialmente en la capital, Petrogrado, y en Moscú, y su rápida implantación en el ejército, entrañó el debilitamiento del gobierno provisional. Había llegado la hora de, no hacerse con el poder, sino de simplemente ocuparlo. Tropas y milicianos leales al Soviet de Petrogrado se habían apoderado ya de numerosos edificios públicos y servicios esenciales en la capital. Antes de que amaneciese el 26 de octubre, los delegados reunidos en el Instituto Smolny presenciarían y ratificarían la ascensión al poder de un grupo de visionarios harapientos dispuestos a destruir el antiguo y opresivo orden grisáceo y a crear la primera répública socialista del mundo. Conforme las sombras descendían sobre la ciudad de Petrogrado, tropas leales tomaron posiciones en el Palacio de Invierno y sus inmediaciones. Con el disparo de advertencia del crucero Aurora y el posterior bombardeo del palacio, los oficiales que se hallaban en él se rindieron inmediatamente a los Guardias Rojos. El gobierno provisional, al que ya nadie defendía, se disolvió como una burbuja en el aire.

Pero, podían los bolcheviques conservar el poder del estado en caso de que lo ocuparan? Lo más problemático era la perspectiva a largo plazo, incluso en el supuesto de que una vez tomado el poder en Petrogrado y Moscú fuera posible extenderlo al resto de Rusia y conservarlo frente a la anarquía y la contrarrevolución. El programa de Lenin de comprometer al nuevo gobierno soviético en la "transformación socialista de la república rusa" suponía apostar por la mutación de la revoluión rusa en una revolución mundial, o al menos europea. Entretanto, la tarea principal, la única en realidad, de los bolcheviques era la de mantenerse, y se mantuvieron a costa de una dura paz impuesta por Alemania en Brest-Litovsk, unos meses antes de que los propios alemanes fueran derrotados, y que supuso la pérdida de Polonia, las provincias del Báltico, Ucrania y extensos territorios del sur y el oeste de Rusia, así como Transcaucasia. No obstante, diversos ejércitos y regímenes contrarrevolucionarios ("blancos") se levantaron contra los soviets, financiados por los aliados, que enviaron a suelo ruso a tropas británicas, francesas, norteamericanas, japonesas, polacas, serbias, griegas y rumanas. En los peores momentos de la brutal y caótica guerra civil de 1918-1920, la Rusia soviética quedó reducida a un núcleo cercado de territorios en el norte y el centro. Mientras ésta creaba de la nada un ejército a la postre vencedor, la incompetencia y división de las fuerzas blancas, su incapacidad para ganar el apoyo del campesinado ruso y la bien fundada sospecha de las potencias occidentales de que era imposible organizar adecuadamente a esos soldados y marineros levantiscos para luchar contra los bolcheviques, consolidaban la victoria de la URSS que, emergiendo de su agonía, dirigió sus pasos en una dirección muy distinta a la que había proyectado Lenin en la estación de Finlandia. Sea como fuere, la revolución sobrevivió por tres razones principales: porque contaba con un Partido Comunista de 600.000 miembros, fuertemente centralizado y disciplinado; porque era, sin duda, el único gobierno que podía y quería mantener a Rusia unida como un estado; y, por último, porque había permitido que el campesinado ocupara la tierra.

La revolución de octubre de 1917 ha supuesto el mayor giro histórico en la vida política del siglo XX. Desde entonces, siempre ha existido un antes y un después. A ojos del mundo entero los obreros de principios del "siglo de las revoluciones" no eran personas hastiadas de llevar aquel modo de vida insalubre y diacrónico, propio de esclavos de antaño ahora remunerados, sino un movimiento socialista consolidado tras octubre del 17, sólido y en aras de expansión. Si el espíritu de Lenin fue aniquilado por el inmovilismo de Stalin, la historia nos dice que no fue así, pues en el progreso del movimiento obrero soviético se encuentra el germen de posteriores revoluciones de carácter socialista, aunque con sus particulares características, como en China, Corea del Norte, Cuba, etc. En el caso de España, el ala izquierda leninista escindida de la social-democracia se mezcló en una amalgama de movimientos obreros, siendo la izquierda española más anarquista que socialista. No podría evitar citar al polígrafo más controvertido de la intelectualidad gallega, Vicente Risco, para dar fe de que el dinamismo socialista llegó incluso a oídos de los ourensanos, de los cuales algunos lo acogían con escepticismo y otros con sonora algarabía. Decía Risco en Mitteleuropa

Isto é socialismo, a idea da igualdade (...) O romantismo, en efecto, choutaba por riba de moitos valados, e nisto do amor, puña a paixón por riba da moral tradicional e dos costumes admitidos. Mais a diferencia é ben grande. En primeiro termo, aquilo era paixón -romantismo- e agora non é iso: agora máis ben trátase de suprimir todo estado paixonal, que se considera morboso, producto da contención sexual. Agora reina a friaxe; trátase do sexo exclusivamente: materialismo, ou sexa marxismo. Quérese que o acto sexual se reduza a un acto fisiolóxico sen importancia (...). Non comprendo ben como estes materialistas se atreven de este xeito a matar un pracer reputado coma o meirande que o home ten no mundo. Quizais ha ser porque unha das misións, conscientes ou non, (...) que o marxismo trouxo, é a de entristece-la vida. Por outra banda, aquilo do romantismo era, ao fin e ao cabo, un privilexio do home superior (...). Mais agora non se trata xa de de naturezas electas, senón que eses dereitos quérenselles dar a todos; quérese a igualdade tamén no espiritual, onde por máis voltas que lle dean, non pode haber igualdade (...); agora os calqueras pretenden os mesmos dereitos que os grandes homes, sen ofreceren en troques unha obra digna do perdón (...). Agora, todo Ninguén que vai para Ningures, ten dereito a todo, e , incapaz de toda idea un pouco fonda, incapaz de concebir nada difícil, descoñece o pecado e ignora a Deus. E peca friamente, sen paixón, socialdemocraticamente (...).

Podemos estar de acuerdo o no con Risco, pero el hecho más relevante se manifiesta en su misma declaración de principios. El marxismo extendido por la revolución de octubre supuso para la mentalidad conservadora española la escisión entre lo viejo y lo nuevo. No anda mal encaminado Ortega y Gasset, uno de los maestros de Risco, al advertirnos de una "rebelión de las masas", no entendidas como masas obreras sino como gente-masa, que tienen como objetivo lo inmediato, siempre recibiendo y nunca dando algo a cambio. Así como Ortega, Vicente Risco comprende "que homes de masa, de mentalidade simple, o novo bárbaro das grandes cidades, ou os que levan demasiada presa na vida, e non teñen tempo para exercitaren o pensamento crítico, sexan marxistas". Al margen de convicciones beatíficas, propias de una sociedad no acostumbrada a los grandes cambios, nos queda, en resumen, cerrar con otra cita del genial Risco que se encuentra más allá de toda ideología, y dice así:

A traxedia nosa velaí está: polo ideal, renunciamos á ciencia e á sona e ao prestixio; mais, sen ideal, ¿para que a ciencia, para que a sona, para que o prestixio?


FUENTES: Grandes acontecimientos del siglo XX (VV. AA.); Historia del siglo XX (E. Hobsbawm); Diccionario Enciclopédico Salvat Universal, vol. 17 (edición de 1993); Mitteleuropa (Vicente Risco).