martes, 10 de julio de 2012

Antonio Gramsci y la formación de los intelectuales

Ya hace un curso académico que quería dedicar un breve post a la divagación en torno a una parcela del pensamiento del filósofo marxista Antonio Gramsci (1891-1937): La formación de los intelectuales, título homónimo de una de sus obras más reflexivas. En una de sus pláticas, Gramsci pretende responder a la cuestión de si son los intelectuales un grupo social autónomo e independiente o si todos los grupos sociales tienen sus propias categorías de intelectuales especializados. Si por formación debemos entender proceso histórico, la principal cuestión gramsciana resulta determinante para asimilar un método que hace diferencia entre intelectuales orgánicos y tradicionales y, de forma un tanto paralela, entre urbanos y rurales.

En su aspecto inicial, el teórico italiano parte de una conceptualización que tiene al intelectual por ese ser independiente que se representa a sí mismo; que cree que son sus ideas las que construyen la realidad, y no al revés. En este punto, Gramsci se hace eco de la imagen del intelectual ensimismado que se supone parte de una élite, o lo que es lo mismo, el intelectual como excluido y excluyente. A esta idea el filósofo contrapone el ideal (que no la idea, a mi parecer) de que todo hombre es intelectual per se. Incluso se aventura a constatar una actividad intelectual, fruto de la formación técnica y la actividad industrial, en la clase obrera, los nuevos intelectuales. Encuentro aquí, si cabe, cierto atisbo medievalizante con la intención de sonar innovador: frente a la vida contemplativa más clasicista, intrínseca a la imagen del filósofo tradicional, Gramsci hace un canto de alabanza, como los primitivos cristianos, al dignificante trabajo manual. Sin embargo, el italiano se ocupa de dotar al hombre nuevo (una fuerza innovadora que es por antonomasia represiva con sus adversarios y expansiva) de un barniz que no es totalmente radical en sus planteamientos, sino que lanza al nuevo intelectual (obrero, se entiende) a ir de lo particular a lo general, o dicho de otro modo, a alcanzar la concepción humanística-histórica "sin la cual se es especialista pero no se es dirigente (especialista + político)".

Los intelectuales tienen graduaciones funcionales (cualitativas, no jerárquicas). Son los empleados del grupo dominante cuyas tareas subalternas (hegemonía social y política) se efectúan tanto en el plano del consenso espontáneo (otorgado por la población) como en el del poder coercitivo estatal. Pero además de poseer grados y realizar tareas específicas, Gramsci plantea el problema de la diferenciación según la categoría, como ya anunciábamos: intelectuales orgánicos e intelectuales tradicionales. Así, el marxista entra de lleno en  el quid con un ejercicio de praxis. Se sitúa en el ángulo del Partido, al que tiene como ente creador de un tipo de intelectual orgánico muy concreto, y equipara el mecanismo de aquél en la sociedad civil a la función que realiza el Estado en la política. Lo que se pretende es fundir en uno a los intelectuales orgánicos del grupo dominante y a los tradicionales bajo la misión de preparar a sus componentes hasta convertirlos en dirigentes y organizadores. De ahí que, pese a la graduación entre intelectuales, todos deban dirigir, organizar y educar en y para el Partido, es decir, cumplir la función intelectual dejando de lado momentáneamente su especialización y que sean agentes de actividades generales de carácter nacional e internacional.

La respuesta a si son los intelectuales un grupo independiente o fruto de un grupo social específico se genera en la corriente gramsciana como un intento de conciliar ambas realidades, de las que el filósofo naturalmente se inclina por la segunda, para ponerlas al servicio del Partido, en el que una teórica igualdad debe superar las graduaciones no obstante latentes.

lunes, 26 de marzo de 2012

El proceso de construcción europea: una valoración

A partir de 1990, una Alemania europea fue posible. Pero, ¿lo fue a costa de erigirse en motor de la Unión de Maastricht y de convertir Europa en una Magna Alemania? Se han venido planteando serias dudas sobre las premisas bajo las que la Unión Europea de Maastricht y, por ende, la Unión Económica y Monetaria se fueron estructurando. La pregunta sobre si puede existir la UEM sin unión política y fiscal[1] o es ésta una condición previa para el éxito de aquélla se antoja cuanto menos una disyuntiva entre la Europa de las Naciones y la Europa Federal.

Finalizada la Guerra Fría, la “aceleración histórica” precipitó la hipotética construcción de una Unión Federal Europea[2]. A la par que Alemania se reunificaba, así cumplía Europa su otrora aspiración, que no era otra que la de unirse bajo el techo, a largo plazo, de una misma moneda, de un consenso que condujera a una sola voz exterior y el de la cooperación en asuntos judiciales y de interior. En esencia, Maastricht representaba el debate aún inconcluso sobre la construcción europea, presente desde los años sesenta del siglo XX, entre los partidarios de una Europa intergubernamental y los que buscaban la federación europea. Pero, ¿convertía el TUE a la Unión en una realidad política y jurídica o sólo en un objetivo? El principio de subsidiariedad, propio del derecho comunitario, resulta esencial si hemos de entender precisamente que el objeto de su existencia era responder a las preocupaciones acerca de la excesiva regulación e interferencia de la burocracia de la Unión desde Bruselas. Una federación europea, a pesar de ser un fin en sí mismo, era y sigue siendo papel mojado, sobre todo para Gran Bretaña y Francia.

Los reunidos en Maastricht también eran conscientes de que debían afrontar la ampliación al Este[3]. De hecho, la otra gran dicotomía en el seno de la Unión estaba en los procesos de ampliación y profundización. Según planteamientos de relaciones exteriores, el primer mecanismo favorecía a los estados competidores, los cuales veían en la ampliación de Europa una forma de obstaculizar la unión política y económica. La profundización, por su parte, presentaba a la Unión la tarea de lograr que los antiguos países del bloque soviético adaptaran un modelo de democracia típicamente occidental y una economía de mercado. Así es como ciertas voces europeas reticentes a la ampliación, como Dinamarca o Gran Bretaña en su momento, han llevado a que, una tras otra, Europa replantee la cuestión de las “dos velocidades”, sobre todo, en momentos de coyuntura económica como la que hoy vivimos. Esto, sin duda, configura un elemento disgregador dentro de las economías generalmente más frágiles y, ante todo, afianza el descontento de un gran sector que ve en las directrices económicas de Bruselas, no sólo a un ente supranacional, sino a un conjunto de naciones, principalmente Francia y Alemania, que ven como determinantes[4].

Si el Tratado de Amsterdam, pese a ahondar en la democratización, y el de Niza representaron la puesta a prueba del acervo comunitario ante los ajustes realizados, a fin de adaptar las economías nacionales, y, del mismo modo, revelaron la incapacidad de una reforma institucional que permitiera dar paso a la ampliación, todo ello puso en peligro la solidaridad en Europa. La intentona constitucional y el Tratado de Lisboa seguirían la suerte de los anteriores acuerdos. No obstante, Lisboa supera a Niza y avanza en la reforma institucional, pero, sobre todo, relega de nuevo la unión política a un segundo plano, favoreciendo en su lugar el gobierno intergubernamental.

Hoy, Europa mira a Alemania a los ojos, pues ve en el país germánico al único capaz de liderar este Viejo Continente ante la tormenta en forma de crisis de deuda. El problema es que, aunque no quiere desempeñar ese papel, su situación equilibrada la hace modelo de todos. Podría decirse incluso que el Banco Central Europeo es un Bundesbank independiente bajo “supervisión” alemana con el cual cuentan todos los países europeos en situación deficitaria, como si del salvador de última instancia se tratara. Esto es lo que hace que Angela Merkel presente sus reservas, sea considerada una madrastra severa y, a pesar de todo, sea elemento amalgamador de la Unión junto con Francia[5]. Ha apostado decididamente por el pacto fiscal encontrándose con las reticencias de una parte de la socialdemocracia europea y, no obstante, su discurso europeísta sigue refiriéndose al modelo social europeo en términos que dicen garantizar el Estado del Bienestar mientras que, en el terreno práctico, empuja a los países a adoptar políticas de austeridad en el gasto público.

Como diría Ortega,

¿Es tan cierto como se dice que Europa esté en decadencia y resigne el mando, abdique? ¿No será esta aparente decadencia la crisis bienhechora que permita a Europa ser literalmente Europa? La evidente decadencia de las naciones europeas, ¿no era a priori necesaria si algún día habían de ser posible los Estados Unidos de Europa, la pluralidad europea sustituida por su formal unidad.

Y yo me pregunto: ¿alguna vez Europa he dejado de ser decadente?

[1] El TUE dedicaba la mayor parte de su articulado a la UEM, desde el art. 85 hasta el 130 Y. Correspondían estos al ordenamiento del sistema económico y social, que en el posterior Tratado de Lisboa se dice expresamente que corresponde a la llamada "Economía Social de Mercado", que se inspiraba en el modelo alemán y que, por razones tácticas, no pareció oportuno mencionarlo en Maastricht. En el art. 104 C y en el protocolo 5 del TUE se estableció también el principio de la Estabilidad Presupuestaria, que es uno de los temas que se tratan de reformar en el nuevo Tratado de Estabilidad, coordinación y gobernanza en la Unión Económica y Monetaria, aprobado el 30 de enero del presente año, que para muchos se reduce a un Pacto Fiscal (Recio, E. M. (22/03/2012): “Otro paso adelante hacia la unión política europea” en CincoDías.com, http://www.cincodias.com/articulo/opinion/paso-adelante-union-politica-europea/20120322cdscdiopi_6/ [Consulta 22/3/2012]).

[2] Budge, I. et al. (2001): “¿Hacia una Unión más perfecta?” en La Política de la nueva Europa: del Atlántico a los Urales, Madrid, Akal, pag. 80.

[3] Actualmente, son países candidatos Croacia, Antigua República Yugoslava de Macedonia, Islandia, Montenegro, Serbia y Turquía (Unión Europea: “Estados miembros” en Países [HTML en línea], http://europa.eu/about-eu/countries/index_es.htm [Consulta 22/3/2012]).

[4] Un ejemplo: "Los Estados miembros sometidos a la presión de los mercados deberían cumplir los objetivos presupuestarios acordados y permanecer dispuestos a aplicar otras medidas de consolidación en caso necesario", afirman las conclusiones aprobadas por el Consejo Europeo de forma unánime” (lavanguardia.com (2/3/2012): “La UE dice que los mercados castigarán a España si incumple el déficit” en Economía [HTML en línea], http://www.lavanguardia.com/economia/20120302/54263218100/ue-mercados-castigaran-espana-incumple-deficit.html, [Consulta 22/3/2012]).

[5] Un ejemplo: Gómez, J. (18/11/2011): Merkel: "La solución es política" en El País [HTML en línea], http://elpais.com/diario/2011/11/18/economia/1321570803_850215.html, [Consulta 22/3/2012]).