lunes, 4 de octubre de 2010

The Maltesse connection

Abandonado a mi suerte en las angostas calles de Ourense, tras tres semanas de incesante ir y venir por paseos marítimos y locales de alterne malteses, heme aquí reincorporándome a mis escritos de cronista contemplativo, recordando unas andanzas que ya forman parte del recuerdo, pero que seguirán estando vivas, al menos por ahora, en las líneas que aquí muestro. Parece ya lejano aquel 11 de septiembre en el que mis dos paisanos y yo tomamos un avión hacia la isla de Malta, no dejando de mostrarse nítido el día a pesar del cansancio mental y físico. Llegados a esta situación en medio del Mediterráneo, conseguimos hacernos a la vida maltesa madrugando como casi nunca lo habíamos hecho y trasnochando como siempre acostumbrábamos a hacer en España, con la excepción de que vivíamos sujetos a los caprichos del colonialismo cultural británico y a los horarios del Sol. Son los malteses una mezcla de etnias que se confunden a través de los siglos, no portando demasiados aires de ingleses, mas sí rasgos latinos orientalizados. Son serviciales, muestran un fuerte carácter y viven por y para el turismo, siendo ésta la única y verdadera fuente de recursos, la cual conforma el pilar básico de su economía. Hablan inglés por herencia cultural y lo utilizan tan sólo para dirigirse al forastero, casi nunca para comunicarse entre ellos. Católicos acérrimos, se reúnen en torno a las 365 iglesias esparcidas por toda la isla. El símbolo que los identifica es la cruz de Malta, ganada con honor y valor en la defensa de la isla durante la Segunda Guerra Mundial. Sus calles rezuman una total falta de atención a la que se suman unos conductores indiferentes al tráfico que los rodea. Los autobuses de Malta son algo para recordar ya que es posible ver circular juntos a uno fabricado en los años 40 y a otro en los 90. Recomiendo enormemente subirse a uno destartalado y viejo para comprobar cuán duro es llegar a sitios alejados y pasar un buen rato tirando de la cuerda para solicitar una parada.

A parte de todo esto, Malta es visitable en un abrir y cerrar de ojos. Sus sitios de interés van desde la Azure Window, en Gozo, a la capital, Valletta, o el pequeño islote de Comino. Podría hablar de más sitios en concreto, mas me temo que mis promesas de hacer turismo en Malta se vieron eclipsadas por el constante agetreo de la vida nocturna en Paceville. Es en este punto donde me gustaría parar a reflexionar desde una óptica crítica ya que encuentro que Malta no se parece en nada a lo que tenía previsto el Ministerio de Educación español. Cuando se entrega una cuantiosa cantidad de dinero (sólo aplicable a este caso) a un estudiante universitario cualquiera con el fin de aprender o incrementar su nivel de inglés en un país anglosajón se entiende que ese individuo es capaz de establecer una comunicación básica en el idioma a utilizar y de él se espera que regrese con algo más de idea. Al hablar de nivel básico interpreto que una persona es capaz de sobrellevar una situación con el mínimo a expresar y a entender, mas tengo que objetar en un sentido concreto y no generalizador. Los estudiantes españoles en Malta acudimos a costa del dinero del estado (bienvenido sea) y allí, básicamente, nos ponemos ciegos sin tener que saber una sóla palabra de inglés. Esto es bastante frustrante, aunque no deja de ser una costumbre muy española el hecho de ser unos negaos a la hora de aprender inglés. Pero, ¿qué inglés podríamos practicar si las distintas nacionalidades habidas en Malta superan a la población autóctona? Es algo usual que cada persona se establezca en un grupo ligado a su mismo país, como así ocurre en esta isla. Británicos con británicos, rusos con rusos, españoles con españoles... la verdad es que no había lugar a oportunidades para mezclarse, más aún cuando todos los españoles estudiábamos inglés bajo el mismo techo que nos cobijaba. A fin de cuentas, nuestro particular colonialismo temporal se dejó sentir a través del botellón y no por nuestro deseo de expandir ideas a través de la conversación con otras gentes.

Siendo sincero, encuentro que Malta guarda cierto misticismo que logra alejar de la realidad. Ya Ulises fue preso de Calipso en Malta y, desde luego, yo pude sentirme tal que Odiseo en el puente de su embarcación, mientras surcaba las olas del Meditarráneo guiado por la luz de una luna plena. No me gustaría reducir mi experiencia en la isla a una especie de viaje de desfase festivo, sino a unas claras vivencias que me llevaron a tratar como nunca antes a distintas gentes de España y, si cabe, de Europa (para bien o para mal), a conocer un poco más de su carácter y a compartir las respectivas visiones que teníamos sobre las comunidades de origen de unos y de otros.

Malta 100% recomendable