domingo, 27 de junio de 2010

Historias del barrio (I)


Vivíamos como parias, como gandules. Conseguiríamos cualquier cosa. Si estabas solo, te invitaban a unirte al círculo; si sentías curiosidad, probabas; si deseabas algo, simplemente lo cogías. Así eramos nosotros, una consecuencia del siglo XX arraigada en familias de clase media-baja. Sentíamos el mundo a nuestros pies, y esta es nuestra historia.

Cada uno de los que formamos aquella juventud naciente en los albores del siglo XXI, nacimos como ourensanos pontinos entre 1987 y 1990. Veníamos de estratos muy diferentes, mas si algo nos unió a toda aquella generación no fue un amor de resonancias románticas por la política o la literatura, sino por el mero hecho de divertirnos juntos. Claro que, dentro de los nexos de unión que facilitaron lazos de amistad, también se encontraban tanto los centros educativos a los que acudíamos, como la música o las aficiones de diversa índole.

En el marco de la sociedad ourensana, El Puente era el barrio del que partíamos y al que siempre regresábamos de nuestras aventuras extramuros. Más vale comenzar por el principio de todo para lograr una mejor comprensión de las gentes que se mueven hoy por sus calles. Canedo, como así se conocía antaño a nuestro barrio, no siempre fue una zona más dentro del conglomerado urbano de Ourense, mas este municipio, caracterizado por unas líneas ferroviarias esenciales para la conexión entre Galicia y el resto de España y una comercialidad en auge, entró a formar parte de la ciudad en los difíciles años de posguerra. A Ponte Canedo se le tenía como una zona de bajo nivel de vida, donde residentes trabajadores, principalmente del sector ferroviario, intentaban prosperar de la mejor manera posible. Así, el barrio llegó a extender sus brazos hasta formar pequeños núcleos residenciales y comerciales al por menor como el barrio del Veintiuno o la joven zona del Pino. Desde nuestra posición, podemos considerar que, aunque barrio trabajador, El Puente se ha convertido en una zona de bienestar comparable a la del resto de Ourense, mas aquí todos tenemos una historia en la que se mezclan tanto los momentos más satisfactorios como los de máxima dificultad. Gracias a una creciente culturalización venida de medios de información como la televisión o Internet, los jóvenes pontinos forjamos nuestra identidad a partir de modelos determinantemente influyentes en las grandes ciudades. No resultaba extraño que algunas tendencias pasajeras se expandieran con mayor fuerza mediante el boca a boca que por intervención tecnológica, pues pocos podíamos disfrutar de un ordenador con Internet o de televisión por satélite. Era natural, del mismo modo, saber de novedades exteriores recurriendo a alguien que hubiera viajado o que tuviera conexiones en algún otro lugar de España. El poder de adquisición de algunas familias contrastaba fuertemente con el de otras, conque al haber un predominio de rentas bajas, los cambios en los distintos modos de vida, escalonados desde los de arriba hacia los de abajo, eran vistos como una especie de "ultra-novedad" recibida con más recelo (la mítica mirada de arriba a abajo y viceversa dirigida al extraño) que de manera positiva y abierta. Esto demuestra un total conservadurismo de las costumbres y la gran inadaptación a los cambios habida en todo Ourense.

Como antes mencionaba, en un principio, los centros educativos construyeron nuestras relaciones de amistad. Entre horas de clase con profesores maniáticos, atentos o semi-cultos, nos hacíamos a nosotros mismos y nos incluíamos ya en un grupo. Por desgracia, las etiquetas sociales siguen siendo un lastre entre nosotros. Sin embargo, todos nos identificaríamos como el listo, el burro, el chapón, el pobre, el rico, el guaperas, el feo, el futbolista, el charlatán, el gordo, el delator, el llorica, etc. En la mayoría de los casos, siempre se creaba un alias "apropiado" para cada uno. No es un secreto que a mí se me conozca en el barrio (y posiblemente en mis relaciones con el resto de la ciudad) como Maco y no por mi verdadero nombre, Pablo, excepto en un ámbito académico y personal. A falta de concentración y seriedad para el estudio, los pontinos ocupamos alguna vez nuestro puesto en institutos como el "12 de outubro", el Blanco Amor o el "Sexto Instituto" para engrosar las listas del paro al finalizar la educacion secundaria. Muchos o seguíamos estudiando o nos poníamos a trabajar, otros o seguían malviviendo o lograban gozar de buena fortuna. Así eramos, una gran paleta de colores fríos y cálidos, entrantes y salientes. Cuando abandonábamos el aula, recorríamos las calles en busca de nuestras vidas, y allí las encontrábamos, espectantes sobre qué hacer con nuestro tiempo. En cualquier caso, la droga se nos presentó en cuerpo y alma alguna que otra vez a todos. En su seno iban a dar muchas de las almas que hoy caminan con altibajos, pero por lo demás, la inocente ignorancia realizaba casi todo el trabajo a una edad comprendida entre los 15 y los 18 años. Así, la cultura de la droga, devastadora en la periferia, llegó a todos los rincones de Ourense para expandirse como un plaga que hizo que los traficantes obtuvieran beneficio a costa de idiotas que confraternizaban en masa y de progres aficionados a tomar el consumo de drogas como un estilo y una manera de ver la vida.

Continuará...

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