miércoles, 30 de junio de 2010

Historias del barrio (II-causas de lo que somos)

Hablaba en mi anterior entrada de cómo los pontinos nos ibamos reuniendo en torno a simples grupos o tribus urbanas durante la adolescencia y de cómo la apetencia por la droga hacía mella más en unos que en otros. Queriendo profundizar en las causas de esta inclinación generalizada a optar siempre por lo prohibido y lo mal visto, debo, como todo "historiante" que se precie, trasladar a los lectores a contextos mucho más remotos en cuanto a tiempo y espacio se refiere. No es mi deseo magnificar o mitificar mis "Historias del barrio" con causas que son ajenas a la sociedad ourensana, mas puede llegar a ser lógica y comprensible la interdependencia cultural, social y política ya alcanzada a fines del siglo XX que irremediablemente nos afecta a todos por igual. Lo que sigue a continuación es fruto de mis reflexiones y de nadie más.

El final de la gran época dorada, inaugurada por la victoria de los aliados y aplastada por el espíritu de mayo del 68, significó la muerte de una gerontocracia no acorde a la onda de los nuevos tiempos, pues digamos que los grandes líderes de antaño se desmoronaron con el eco de las protestas de una juventud desilusionada. Si bien 1968 se creyó el disparo de salida para una nueva ola de revoluciones, no es más verdad que la de aquellos que contemplaban como el viejo mundo daba paso al nuevo. En efecto, este sería un nuevo mundo marcadamente intercultural y juvenil en el que Woodstock sustituiría a las antiguas concentraciones de masas convocadas por los partidos políticos y Jimi Hendrix al orador totalitario entregado a sus adeptos. Reinaba entre la juventud de aquellos días, sobre todo en la estadounidense, una decepción generalizada con la clase política, la cual hubo de preferir el camino de la guerra (vide Corea del norte o Vietnam) creyendo que combatía en todo momento al enemigo soviético y no a un puñado de campesinos que, en cualquier caso, ganaron finalmente la batalla. Y no sólo se resentía el muchacho joven universitario, sino también una calidad de vida agrabada por la crisis del petróleo de los años 70 y, particularmente, las democracias latinoamericanas asediadas por militares autoritarios y fascistizados. El mundo, en resumen, despertó de su sueño apacible para enfrentarse a sus hijos, algunos de los cuales alimentaron las filas de no pocos movimientos de liberación o de resistencia armada.

Pero los cambios no sólo se dejaron notar en la vida política sino también en el ámbito social, llegando incluso a dispararse el consumo de marihuana entre los jóvenes, el de cocaína entre la gente adinerada y el de la heroína en las capas altas y bajas. No somos capaces de imaginarnos a un grupo como The Doors, a la cantante Janis Joplin o a los Pink Floyd sin su espíritu rebelde o sin letras que inviten al colocón. En general, las señas de identidad de esta generación rebelde eran sus preferencias por la música rock, los tejanos acampanados, la filosofía de la paz y el amor o la adpoción de símbolos a partir de, por ejemplo, las letras iniciales que forman Nuclear Disarmament. Ni el socialismo pudo atraer a esta gran masa descontenta con el mundo que le habían legado sus padres, que no era ni mucho peor ni mucho mejor, simplemente individualista y bipolarizado. Por otra parte, ya de sobra conocidas las causas, la onda expansiva rebelde alcanzó incluso a los hijos de las familias ricas, los cuales se proletarizaron tanto en el modo de vestir como en la forma de hablar o, directamente, propugnaban causas que les eran ajenas.

En el caso de España, la juventud de ahora poco tiene que ver con la de aquel mayo revolucionario o la de Transición hacia la democracia. Son conocidos los desencantos y muchas las corruptelas que se suceden día tras día en política, y eso es algo que no hace más que disuadir a los jóvenes de ese terreno y alejarlos de una escena en la que tendríamos mucho que decir. Por tanto, todo lo escrito hasta ahora ha sido una introducción esencial para comprender de donde venimos los jóvenes pontinos (ourensanos), historia de la que no nos sentimos adalides, bien por obviedad, bien por ignorancia, pero que llevamos indistintamente a cada lugar al que acudimos. Es ahí donde se encuentra el intríngulis de la cuestión, pues ha de ser notorio que de entre la juventud de la que soy partícipe, son pocos los decididos a hablar de política con propiedad o, al menos, con una mínima idea de lo que dicen, pues es en la política y, en consecuencia, en el terreno laboral, intelectual o económico, donde residen muchos de los destinos de nuestro tiempo. Falta confianza e interés, con lo que seguimos coincidiendo con aquella generación abstraída por el desencanto y las drogas. Preferimos liberar la mente de problemas y concentrarnos en ser el que más rayas se mete, el que más sabe de la vida del prójimo, el que más aguanta bebiendo o el que más camorra arma cuando, en verdad, todos estamos en el ajo, que no es más que nuestra historia tal y como la hemos construido. Es que acaso somos una generación perdida y carente de miras? es que acaso resulta que pecamos de indiferencia cuando en realidad somos unos frívolos cobardes? Conciencia amigos míos, esa es la clave.

La gente con la que siempre he caminado por el barrio, incluyéndome a mí, es un claro ejemplo de individuos corrientes a los que nunca interesaron los problemas de la Metrópoli... bastante teníamos con los nuestros propios. Sin embargo, los grandes acontecimientos siempre nos llamarán a filas una vez más para tomar parte en esta batalla a la que llamamos vida, afectándonos inexorablemente cada paso que dé la gran sociedad. Nuestra pequeña Arcadia se va quedando en una simpleza anodina y temporal para convertirse en otra pieza más del juego. Nunca olvidemos que nosotros hacemos la historia. En nuestra mano está la decisión de si decidir dejar huella o de si pasar bochornosamente desapercibidos por ella.

2 comentarios:

El Señor No Puedo dijo...

Me sigo admirando de que los pontinos os sigáis considerando algo a parte. Pues ya sabéis...

Por cierto, con los comentarios sobre la juventud, algo que suena manido, pero muy cierto. Jóvenes descontentos, "descarriados" etc = carne de cañón para el fascismo. Como digo, muy manido.

Pablo Cid dijo...

La verdad es que no es que nos consideremos algo a parte, pero sí es cierto que lo fuimos hace muchos años. Me siento tan ourensano como pontino.

Respecto a la juventud, puede que suene manido, pero eso es debido a aquellos que con sus críticas destructivas no hacen sino impedir que la juventud avance. Mientras yo pueda hacer autocrítica, qué mejor que un joven para destacar los fallos, pero también las virtudes?