viernes, 28 de marzo de 2014

Revueltas de plástico: cambios y permanencias en las revueltas urbanas del siglo XXI

Sería preciso realizar un estudio profundo sobre las revueltas urbanas en el siglo XXI (desde su vertiente histórica, geográfica y sociológica) para llegar a la conclusión de que aquéllas, de las que tiempo atrás se desprendía un olor a sangre y pólvora, tiene hoy su equivalente olorífico en el plástico quemado. Yo no voy a seguir esos pasos, aunque no por ello evitaré partir de dicho prejuicio. Mi conclusión es mi hipótesis.

Las revueltas urbanas que se suceden actualmente en Madrid (o que tienen como destino la capital de España) hacen que lea este proceso a través de una lente que separa tradición y novedad, sin percatarme de que, en realidad, los tercetos de la poesía revolucionaria actual riman con los cuartetos anteriores. El hecho de que individuos organizados planteen obstruir vías de comunicación, asaltar edificios o defender sus posiciones contra las fuerzas del orden buscando desestabilizar o derrocar el poder establecido no es nada nuevo. 

Veamos que hay de novedoso en esa tradición de revueltas urbanas que perdura desde que existen gobernantes y gobernados.

Los cambios dentro de las permanencias

El espacio y la habitabilidad

Las revueltas urbanas actuales (al menos las que se localizan en las grandes capitales) se producen a campo abierto, sobre amplias avenidas o bulevares, a razón de la expansión de las zonas metropolitanas; de la modificación de la estructura urbana, por ende. Las viejas áreas residenciales, localizadas en los modernos centros de negocios, se fueron trasladando a las afueras hasta constituir un elemento ya conocido del paisaje urbano: los barrios marginales poblados de familias obreras. De esta manera, el corazón de las ciudades quedó desierto de los despojos del pasado. Véase sino el ejemplo parisino durante el II Imperio, cuando en busca de la liquidación de las revueltas localizadas en los barrios populares se abrieron grandes vías que acabaron con la antigua faz medieval de la ciudad.

Y del mismo modo que las revueltas ya no se producen en pasajes angostos, los insurrectos del presente lo tienen aún más difícil a la hora de buscar objetivos vulnerables. En las ciudades de la Edad Media, las revueltas populares se producían por lo general allí donde transcurría la vida cotidiana, es decir, cerca de la sede del ayuntamiento (poder local), la catedral (poder eclesiástico) o en la plaza del mercado (poder económico). En la Roma del medioevo, por ejemplo, bastaba que un notable del Consejo subiera el precio del grano para que el popolo enfurecido lo enfrentara en pleno Capitolio, que era sede del gobierno comunal y del mercado a la vez. Pero en las ciudades (capitales) modernas, los insurrectos ya no vuelcan su descontento con referencia a un solo espacio físico y social, sino que, a consecuencia del escapismo del poder, atacan puntos dispersos del conjunto (reventar el luminoso de Barclay's no se puede considerar el derrocamiento del capitalismo). Saben que el Presidente del Gobierno ya no vive en Villamejor, sino en Moncloa; el Rey reina desde Zarzuela, no desde el Palacio Real.

La información

La aparición de un nuevo espacio urbano y el escapismo practicado por el poder, por tanto, modificaron la imagen tradicional que tenemos de las revueltas urbanas. Sabemos de éstas, por otra parte, gracias al intenso flujo de información que nos llega a través de otro tipo de insurrección; una revolución con mayúsculas: la Revolución de la Información. Ya nadie imagina una situación de conflicto urbano sin un teléfono móvil que capte cada instante y lo comparta con el mundo entero, no ya a través de los diarios tradicionales, sino a través de las redes sociales, que son armas de difusión masiva, pero de doble filo. Es cierto. La información se ha puesto al servicio del ciudadano, pero antes rindió pleitesía al poderío militar y político y permaneció a su lado otorgándoles un grado preferente de control sobre el movimiento de la población. Así, la diferencia entre las revueltas urbanas actuales con las del pasado no está en el rápido flujo de información, sino en la aparición de un nuevo agente (el ciudadano) capaz de disputar al Estado el control de dicha información y, por tanto, el poder de hacer triunfar o fracasar una revuelta.

Los elementos físicos de la contienda

Rebelarse hoy contra el poder establecido evoca las algaradas pasadas con las que tratamos de establecer diferencias dentro de un mismo eje vertebrador. En cierto modo, los medios y recursos desplegados en el escenario tienen la pretensión de ser los mismos de siempre. De un lado, los alborotadores, guerrilleros de sorna española equipados con armas rudimentarias (piedras, palos, cócteles molotov, etc.) que en nada recuerdan a la ardiente belicosidad de antaño (por ejemplo, los anarquistas catalanes de la primera mitad del siglo XX). Son individuos parapetados en barricadas, levantadas a base de elementos del paisaje urbano. Antes, carretas de tiro animal, sacos de alimentos y piedras (sobre todo en el período revolucionario de 1830-1871); posteriormente, turismos (Mayo del 68), vallas móviles y contenedores de plástico. Las intenciones son las mismas: protegerse, atacar desde un puesto fijo y mantener la posición. Del otro lado, las fuerzas de choque; el cuerpo civil destinado a sustituir a la caballería militar en la protección de los intereses del Estado, la policía antidisturbios. Una especie de infantería medieval protegida con corazas, yelmos y escudos, dispuesta a avanzar contra el enemigo haciendo uso de armas efectivas no letales.


El perfil social de los rebeldes

Este punto es de veras confuso, pues en él se incluyen cambios que no dejan de ser transgresiones de una misma experiencia. La imagen creada de las revueltas urbanas coincide con una parte de la historia: la condición social baja de los rebeldes, encuadrados en partidos políticos de corte revolucionario (el pueblo, el proletariado, etc.). Sin embargo, tal coincidencia está hoy en entredicho, no ya porque buena parte del encuadramiento se produce fuera del marco partidista a favor de organizaciones de actuación internacional (no precisamente políticas), sino también porque la condición social del rebelde varía enormemente en función de los estudios, la situación laboral y familiar y, por qué no, su grado de felicidad. En las revueltas urbanas de hoy, al lado de un obrero combate un ingeniero.

El objetivo de la lucha

Si hay algo que no ha cambiado a lo largo de la historia de las revueltas urbanas es el fin en sí mismo de la lucha: desestabilizar o derrocar el poder establecido para forzar los cambios, es decir, enfrentar las ideas a los hechos para que aquéllas tomen un cariz revolucionario y escriban el siguiente capítulo de la historia factual. No esforzarse en entender el hecho de las revueltas en una situación de crisis política, económica y social equivale a ignorar otras formas de construir democracias independientes.

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